Hola, cariño. Buenos días. Te escribo en este nuevo sábado de noviembre. Tenemos un hermosísimo y dulce otoño, que disfrutamos con paseos bajo los árboles y muchas fotos. Está preciosa la senda que rodea nuestra casa. La misma que lleva hasta el metro y que tú anduviste camino de la uni para no volver más. Cada vez que la piso, pienso en ti.
Te echo de menos. Ojalá estuvieras, hijo, con tu hermano, con papá y conmigo.
Te contaré que tengo una consola Switch lite y, por fin, he encontrado un juego que me atrapa y entretiene. Pero también, que me pone triste pensar que, seguramente, si estuvieras, te sabrías todos los trucos. Imagino que me darías consejos para hacerlo más fácil y divertido. Ay, Rodrigo.
Y en esta situación, jugando con lágrimas en los ojos, porque no estabas y no puedes hacerlo, me encontré con un personaje muy animoso, que se llama Rodri, y que me llevará ya siempre de viaje en hidroavión a las otras islas del juego.
Qué sorpresa y qué coincidencia tan oportunas. Parece que me haces señas y me dices que sí, que me ves, que disfrute de la consola y que no me entristezca, porque estás a mi lado.
Buenos días, cariño. Hoy ando descolocada y me han dado las ocho leyendo. Hasta ahora mismo no he caído en que hoy no es viernes, sino sábado. Qué despiste.
Poco tengo nuevo que contarte. La pandemia sigue, papá y yo estamos mucho tiempo en casa, y perdemos el sentido del tiempo, quod erat demostrandum. Llevamos ritmos de trabajo y descanso, de actividad física y sesiones de lectura o de pelis y series. Papá juega un RPG a veces y yo acabo de pedir uno que no sé si finalmente me convencerá. Si estuvieses aquí me animarías. Con ese convencimiento me lanzo al vacío. A ver qué tal resulta.
G y B tendrán ahora unos días de vacaciones, como los últimos años, porque es así como se las dan a B. Esta vez, no pueden irse a Alicante, que les gusta mucho, porque tiene cierre perimetral. Tampoco podemos compartir unos días juntos, como quisimos tiempo atrás.
La cosa se ha reducido a que comeremos con ellos el lunes. En 2019 tuvimos que anular un viaje conjunto a Venecia por el fallecimiento de J. En este fatídico 2020 y sus malignas circunstancias, ni lo hemos intentado. Tal vez nos demos un garbeo por Aranjuez, o por la plaza Mayor, o simplemente por el barrio. La idea es cambiar de aires y estirar las piernas y disfrutar de unas horas en común.
¿Qué haríamos si estuvieras tú aquí?Siento que nos acompañas a tu modo. Si es posible, Rodrigo, échanos un vistazo y una mano. Y millones de gracias por todo lo que nos ayudas ya.
Te queremos. Contigo siempre. Abrazos de oso: Mamá.
Hoy día once del mes once, a las 11:11 he recibido este mensaje:
Qué curiosa y significativa coincidencia, hijo. Entonces yo le contesté lo que ya te había contado a ti antes:
Hola. Muchas gracias. Todo el mundo, amigos y familia, dice que les ha gustado mucho el programa. Pero nosotros tres, la familia nuclear, Juan Carlos, Gonzalo y yo, no hemos sido capaces de verlo. Todavía. Espero que podamos en algún momento, más adelante. Hemos participado por amor a Rodrigo, por mantener su recuerdo y la memoria de lo que pasó. Podemos parecer serenos. Puede que parezca que estamos bien y que lo «hemos superado». Pero estas cosas nos suponen un esfuerzo emocional grande. Queremos agradeceros el trabajo, el reportaje, la consideración, el cuidado. También, que sepáis lo que queda en nuestro silencio, tras nuestras puertas. Un abrazo grande para todos: Marisol
Y ahí también volvió a escribirnos ella:
Marisol, Es cuando tengo la oportunidad de conocer personas como tú que mi trabajo tiene sentido, me alegra poder contribuir a mantener el recuerdo de las víctimas y de lo que pasó, aunque sea solo un granito de arena. Espero que algún día podáis verlo, creo que es un bonito homenaje. Ahora ya sabes dónde encontrarme, para cualquier cosa no dudes en contactar conmigo. Un abrazo, cuídate mucho: Lali
Ha sido un hermoso y mágico día once del once. Contigo en el pensamiento.
Buenos días, hijo querido. Tecleo en la oscuridad de las siete de la mañana. Con un silencio absoluto, de ventanas cerradas. Ni siquiera alcanzo a escuchar el tictac del reloj del hall, que otras veces acompaña mis despertares.
Seguimos en pandemia. Sin vida social. Excepto una vez al mes, que acudo a una cita literaria en la FCPJH, con las medidas adecuadas de distancia y una mascarilla FFP2.
Todo se ha vuelto ajeno y extraño. Papá teletrabaja cuatro de los cinco días laborables de cada semana. Estamos en casita casi todo el tiempo, aunque salimos a pasear una o dos veces diarias. Últimamente, con lluvia y viento, solo una. Y, por cierto, nos encontramos poca, poquísima gente por la calle. Ayer tarde, para nuestra sorpresa, ninguna persona se cruzó con nosotros.
El jardín está lleno de hojas rojas y doradas. Una hermosa mezcla del tilo de la casa de al lado y tu árbol favorito. Ya casi no hay en sus ramas, se han quedado desnudas. Solo el pruno y el espino lucen todavía sus cabelleras.
Pienso en ti, te escribo, como todos los sábados. Te vuelvo a pedir ayuda para toda la familia. Y sosiego. Y esperanza. No te olvidamos, Rodrigo. Volveremos a fundirnos en ese abrazo que sigo sintiendo pendiente.
Hasta pronto. Miles de risas, bailes, canciones, juegos, libros y pelis. Te queremos.
Este jueves por la noche, volvimos a pensar en ti todos los que te queremos. Buenos días, Rodrigo.
Salió en antena el programa sobre el once de marzo grabado en junio. Papá y yo solo hemos leído comentarios, porque no estamos suscritos a esa cadena. Y porque no hemos hecho verdadero interés en verlo con nadie. Por puro agobio.
Ni con G y B, que sí lo están. No queremos hacer sufrir a tu hermano innecesariamente. Es posible que él tampoco quiera ver el programa. Lo intentó y no alcanzó a terminarlo. Le encanta charlar de ti, y lo hace con soltura, cada vez que le apetece. Pero odia hablar del fatídico día en que te arrancaron de nuestro lado.
Los amigos escriben líneas emocionadas, papá comenta que era lógico que ese programa tratase el asunto con delicadeza, y yo me siento aliviada solo a medias. Temía dejarte en mal lugar, cariño, y supongo que no ha sido demasiado desastre. Pero no sé si podré verlo alguna vez. Me ha pasado con otras entrevistas.
Ya te había comentado que en las grabaciones me sentí incómoda, poco lúcida, saltando de un tema a otro sin orden ni concierto. Que yo quería explicar cuánto te queremos y cuánto te añoramos, qué injusta es tu ausencia. Y que mis percepciones fueron de calor y cansancio de todo el equipo, de estar un poco de sobra, de saturación, de desgaste emocional y físico.
Pero no me quejo, solo me angustio. Es el reconcome del estrés postraumático que aumenta y disminuye por oleadas y que, por lo visto, no se me nota. Dicen que aparento serenidad. Vale, sí, no pierdo los nervios. Pero sufro. Y lloro. Y te echo de menos tan enorme, terrible y gigantescamente que me quiero morir.
Y no me pasa a mí sola. Aquí nos faltas cada día. Y cuando tus amigos, y tu hermano, dicen cuánto les gustan Burque y Peinado,(los periodistas, cosa lógica porque son de su generación), imagino que tú estarías diciendo lo mismo. Si pudieras. Luego vuelvo a constatar tu ausencia y me asaltan unas lágrimas repentinas, de esas que andan agazapadas en su escondite y dan sustos en los momentos más inoportunos.
Seguimos en crisis sanitaria, casi confinados, saliendo poco, viendo a tu hermano un rato pequeño y una vez a la semana. La epidemia crece y satura los hospitales sin medios. Esta comunidad autónoma, desastrosamente dirigida, va a la debacle. Échanos una mano, Rodrigo. Por favor.
Abrazos de oso, besos restrellados, risas, juegos y canciones. Te queremos. Quedamos en el mundo intermedio de los sueños.
Buenos días, Rodrigo. Me sorprende comprobar que son las cinco y te escribo totalmente despejada. Luego comprendo que para mi organismo es ya tiempo de despertar.
No sé qué voy a hacer en los próximos días, porque mañana retrasarán el cómputo una hora, como viene siendo habitual los últimos decenios, pero eso mi cerebro no lo sabe. Voy a amanecer antes de lo necesario muchas madrugadas, me estoy temiendo. Antes de este caos mundial, se llegó a proponer dejarse de cambios horarios. Obviamente, con la que está cayendo, todo se ha quedado en meras palabras.
En este planeta Tierra seguimos en pandemia, ya siete meses. Es mucho tiempo de presión, lo sé, pero entristece comprobar que la gente se «cansa» de la situación, como críos pequeños. Y protesta de las medidas sanitarias, como si se pudiera no hacer nada, como si la enfermedad que nos asola fuese una opción de programa electoral, una manía política. Y, sobre todo, olvidando la cifra diaria de fallecidos. O normalizándola, que es aún peor.
Papá y yo somos responsables y no vemos a nadie, solo a tu hermano, cada finde, un ratito. Hemos eliminado la interacción social. Excepto una clase mensual en la FPJH, todas mis actividades son online. Y papá teletrabaja casi todos los días. Salimos, sin embargo, a dar paseos mañana y tarde, porque nos viene bien el ejercicio, que nos dé un poco el sol y respirar aire fresco (lo que se puede, llevando mascarillas).
Procuramos envolvernos de rutina, de esa que arropa el alma, pero contigo siempre en los labios y en el corazón. Sigues latiendo con nosotros en esta casa, en el jardín, que tanto amaste y que con el otoño se tiñe de amarillos, rojos y dorados.
Te mando hojas del lyquidambar, hierba reverdecida cubierta de rocío, viña que enrojece, y las últimas flores fucsia de las orquídeas. No te olvidamos, cariño. Vuela alto.
Son las ocho de un hermoso sábado otoñal. La luz empieza a abrirse camino. Querido Rodrigo, buenos y dulces días.
Hemos quedado con tu hermano para comer hoy y me pregunto cómo sería que vinieras tú también. Hace dieciséis años y siete meses que no compartimos estas acciones cotidianas. G lleva ya casi cinco viviendo independiente, ¿cuántos podrías llevar tú? ¿Cómo serían tu vida, tu pareja, tu familia, tu casa, tu trabajo, tus amigos?
Te echo en falta. Y cuando me pregunto cómo seríamos nosotros si no te hubieran arrancado de aquí, comprendo que tu muerte nos transformó. Creo que ahora nos preocupamos menos por nimiedades que, pobres de nosotros, creíamos asuntos imprescindibles. Ay, Rodrigo.
Nuestro presente sigue cargado de incertidumbres sanitarias y económicas. El asunto va para muy largo y tenemos que resistir. En la salud y en la serenidad. Te pido ayuda, como siempre. Por favor, no dejes de cuidarnos, hijo.
Gracias por hacernos guiños de esperanza en medio de todo este caos. Por esos «saludos desde el valhalla» tan frikis y emocionantes. Te queremos.
Cuando naciste, medíamos el tiempo con el 24 de tu llegada (de aquel mayo del 83). Con veinticuatros fuimos contando tus meses de bebé tranquilo y sonriente: uno, tres, nueve, doce, dieciocho. Felices de tenerte. ¿Quién podía pensar que venías para tan poca vida? ¿Por qué nada nos hizo señas, por qué nadie te cuidó? Te fallé como madre, porque no fui capaz protegerte. Lo siento tanto, Rodrigo…
Luego fueron los años el sistema de cómputo, ay, cariño. Y contamos dos, tres, ocho, doce, dieciséis, dieciocho… Crecías. Te hacías fuerte y cada vez más listo, y siempre seguías siendo bueno. En el buen sentido machadiano de la palabra bueno. Hasta que todo se rompió, cuando apenas llevabas veinte con nosotros, y nueve meses, y catorce días.
Demasiado pronto. Demasiado injustamente te arrancaron de nuestro lado. El mundo se perdió tu sonrisa, tu voz y tu bondad. Nos quedamos con los asesinos, con el fanatismo que usa la muerte para perpetuarse y con los aprovechados sin escrúpulos que os usaron en su beneficio, político, económico o personal. Esos siempre abundan. No se ceban la Parca o la desdicha con ellos.
Ahora contamos a base de onces esta nueva vida sin ti. Dieciséis años y siete meses de ausencia inmerecida, absurda y dolorosa.
Sigue dejándonos pistas, Rodrigo. No pares de enviarlas. Todavía nos debes muchos abrazos. Y nosotros, canciones y besos y risas y bailes inventados. Necesitamos la esperanza del reencuentro.
Hola, cariño, buenos días. Tecleo unas líneas en el móvil porque es sábado, el día que siempre te escribo. Son las seis y todo está oscuro y silencioso.
Seguimos con muchos casos de coronavirus en Madrid. Después de un rifirrafe político y una indefinicion de la comunidad que avergüenzan, continúa el cierre perímetral por orden del Gobierno. Nos afecta a Getafe, Madrid y otras ocho ciudades de esta región. Papá y yo procuramos ser prudentes y solo salimos a lo necesario. No te preocupes, estamos bien.
Van alternando días de frío con otros muy agradables, así suele ser el típico otoño madrileño. Tu árbol favorito ya cambia los colores, y nos regala su gama de dorados y rojos. El tilo del jardín de al lado pronto será un clamor amarillo. El pruno mantiene las posiciones, porque no suelta las hojas hasta noviembre, la hierba se vuelve brillante y renueva su verdor. En medio de tanta belleza, pienso en ti. En lo que te gustaba el jardín. En que te echamos mucho de menos.
Anoche papá y yo quisimos ver el planeta Marte, que está, dicen los astrónomos, más cerca de lo habitual. Era un buen momento y excelente la temperatura, pero brumas y nubes nos lo taparon. O no lo supimos encontrar. Hablamos de ti. Siempre estás en nuestras conversaciones, sobre todo cuando miramos al cielo. Ojalá nos veas y sientas cuando sucede. Ojalá puedas venir a escondidillas y abrazarnos mientras dormimos.
Te queremos, Rodrigo. Ya sabes que no te olvidamos. Hasta mañana.
Buenos días, Rodrigo. Desde el primer fin de semana de octubre, te escribo. Hace frío, incluso ha nevado en la sierra, sopla un viento inclemente y necesitamos prendas de abrigo para nuestros paseos habituales. Estamos inmersos en una borrasca que señala la nueva estación. Supongo que después mejorarán algo las temperaturas, pero ya en las tonalidades del otoño. ¿Qué tal estás tú?
Aquí, en este mundo, la vida sigue, con sus ciclos climáticos, con sus poderosos canallas, con los compañeros sufridores. Es una espiral infinita de buenas y malas noticias en la que volvemos a pasar desapercibidos, al menos de momento. Siempre echándote en falta. Nuestra familia chiquita, qué poquitos somos. Sin ti.
Te sueño, te espero, te quiero vivo aunque lejano. Hijo querido, vuela alto. Pero no dejes de cuidarnos. Papá y yo seguimos de vacaciones, pero sin salir fuera. Nos basta con estar juntosy ver a tu hermanode vez en cuando.
Últimamente ha regresado la ansiedad, duermo mal y me angustian las llamadas extemporáneas. Fases de acorchamiento emocional, junto con otras de sensibilidad extrema, lo habitual, en oleadas más largas e impredecibles. Miedos latentes que se activan y soterran vaya usted a saber por qué razones. Así vivimos desde que nos dejaste tan solos y tan tristes.
Te queremos, hijo. Nunca te olvidamos. Volveremos a abrazarte.
Nuestro hijo fue una de las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004. Estaba en el andén 2 de la Estación de Atocha, esperando el primer tren que le llevara a la Universidad, pero la maldad y la locura se cruzaron en su camino y nunca llegó. En esta bitácora le cuento las cosas que vivimos sin él, sabiendo que a su modo las escucha y las contesta.
Nos dejaste esta frase: "La dicha de vivir consiste en tener siempre alguien a quien amar, algo que hacer y algo que esperar".
Papá, tu hermano y yo te queremos, Rodrigo. No vamos nunca a renunciar a tu amor, a tu recuerdo ni a seguir siendo cuatro.
No es un adiós para siempre. Vela nuestros pasos y espéranos en ese mundo desconocido que ahora te acoge, porque volveremos a estar juntos.
Atenea pensativa, tu estela
Aquel que roba nuestros hijos, roba también el sabor de los frutos del jardín de la tierra, roba la esperanza de las estrellas y la calma de las horas. Y hace del cielo un mármol frío donde yacen nuestras súplicas…
Los que se van
Los que se van demasiado pronto dejan en los que los conocieron una pizquita de desasosiego. Es una semilla de amor y de bondad, por todas las cosas buenas que no les dio tiempo a hacer en este mundo. Las hacen germinar en los seres queridos, en los amigos, a menudo incluso en simples conocidos, para que la tierra no se pierda esa bondad suya.
Nos hacen a todos más responsables de la vida, de lo que realmente es importante, de lo que querríamos dejar tras nosotros cuando nos vayamos. Nos llenan de luz, cariño, compasión, nos cambian nuestro sistema de valores; nos hacen más conscientes de que nada permanece.
Este es el regalo de Rodrigo y de los que se fueron en los horribles atentados del 11 de marzo, a pesar del mal que se hizo a su alrededor; el regalo de los que se van a los que nos quedamos, para que sigamos esperando el reencuentro.
Enciende una vela
En diferentes tradiciones la acción de encender una vela es sagrada. Expresa más de lo que se puede con palabras. Tiene que ver con el agradecimiento. Desde tiempo inmemorial, los seres humanos han encendido velas en lugares sagrados. ¿Por qué no considerar el ciberespacio como un lugar sagrado? Clicando sobre la foto, podrás encender una vela virtual.