Escritos varios

DE MADRID AL CIELO

Marzo… tantos recuerdos de aquel dia, y una cancion que me los trae de vuelta…

¿Te acuerdas de que casi no podíamos andar de tantos que decidimos decir «PAZ»?
¿Recuerdas que llovía y no nos mojamos de tantos paragüas abiertos?

Muchos pudimos ir en aquellos trenes…
y es que parte de nosotros se fue con ellos.

¿Te acuerdas de que aquel dia todo el mundo enmudeció por la mañana
y al dia siguiente todos gritamos de rabia…?

¿Recuerdas cómo el centro de madrid era un manto de lagrimas?

Dicen que de Madrid al cielo,
y ese día todos lo miramos preguntándonos ¿porque?,

¿te acuerdas de cuando Atocha gritaba «no estamos todos faltan 200″…
200…
almas inocentes,

te acuerdas?…

Claro que te acuerdas, todos nos acordamos… y espero que nunca lo olvidemos,
que nunca les olvidemos,
a ellos,
porque ellos eran nosotros…
porque nosotros somos su palabra…

PAZ

.

El 12 de marzo de 2004: gran manifestación

 

«Abrí la ventana a la noche del jueves 11 de marzo, abrí de par en par la ventana a mi barrio multirracial, multiétnico, mi barrio de ecuatorianos y de cláxones, abrí la ventana a mi barrio siempre ruidoso y jaranero, pero abrí la ventana al silencio de la noche del jueves 11 de marzo, un silencio como el del fondo sur del Bernabéu si hubiera marcado el Bayern. Abrí la ventana a la noche del jueves 11 de marzo, por ver si ya estábais allá en lo alto, doscientas estrellas recién llegadas. Y ayer, en la tarde del viernes también busqué sobre los escombros de más de dos millones de corazones en ruinas, corazones madrileños rotos, de entrañas madrileñas rotas, bajo el chaparrón, bajo el diluvio. Sobre las cenizas de todo lo que pudo ser y no será.

Atocha, la misma glorieta en que mis abuelos veían sobrevolar sus cabezas otras escuadrillas de la muerte. Atocha, Madrid, zona cero. “Lo más terrible de matar a un hombre – decía Clint Eastwood en “Sin perdón”- no es que le quites lo que es, sino todo lo que pudiera llegar a ser”. No se han llevado centenares de vidas por delante, no, no sólo. Se han llevado el olor de sus camisas, el póster de Zidane de la pared, se han llevado sus nike, sus “tenis”, y la sudadera de los partidos de los domingos, y las letras del banco, las plantas que regaban, el perro al que paseaban y los geranios a punto de florecer, en esta primavera que más que nunca nos ha estallado en las manos. Se han llevado por delante el perfume de Marijose, y la pasta de dientes de Manuel. Y un gato que no ronroneará sobre sus piernas.

Seis y pico de la tarde de un 12 de marzo que no vamos a olvidar, que nunca olvidaremos. Echan el cierre los últimos comercios de diseño del barrio de Salamanca. Docenas de crespones negros colgados de banderas blancas saludan desde las viviendas aledañas. El gentío, los millones de sentimientos en un solo corazón, hace un alto bajo el paso elevado de Juan Bravo, a cubierto, a buen recaudo de la lluvia feroz y de la tristeza que salpica las aceras, los rostros, que hace brillar los ojos en la noche. Obreros, estudiantes, muchísima chavalería de instituto, también damas de alcurnia, que quizá esperaban una alfombra roja, y pueblo a manos llenas y a manos limpias.

Algunos apuran un cigarro. Otros esperan a los amigos. Otros improvisan una pancarta en una sábana blanca. “Si olvidamos a las víctimas entonces sí que habrán muerto”. Al otro lado, por Martínez Campos, por José Abascal, por Génova, los mismos rostros, el mismo rostro, las mismas parejas, las mismas familias, intentando acercarse hasta Colón. Abrazados bajo el diluvio, Marisol y Carlos, hablan poco pero lo dicen todo: “Nunca más”, “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Y no sé!” Yo tampoco sé César Vallejo, “golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma…” Porque España quiere esta noche apartar de ti este cáliz, que nos arranca a los hermanos de entre las yemas de los dedos. España entera, ayer, bajo el diluvio, Madrid entero, ayer, bajo el diluvio, clamó como claman los pueblos, con sus gritos de silencio, surgidos desde las entrañas del tiempo: “¿Por qué?”, te preguntan los ancianos desde el fondo de sus años, “¿Por qué?”, interrogan los ojos de los niños debajo de sus capuchas.

Ayer caminé junto a dos millones de personas que os miraban a vosotros, en el cielo. “No llueve, Madrid está llorando”. Y a solas con mi dolor, con nuestro dolor, con vuestro dolor, calle Serrano abajo, Paseo del Prado, he visto tras las ventanas del Museo a Goya, paleta en mano, dejando memoria, una vez más, del dolor de sus paisanos. A mi lado, bajo los paraguas de colores, empapada su bandera de España, de sangre, sudor y lágrimas, dos adolescentes me devuelven al gentío. “No al terrorismo, viva la esperanza”. Al pueblo, como siempre, le toca llorar. Un duro y fuerte chaparrón me lleva hasta Bob Dylan. “¿Oh, qué viste hijo mío de ojos azules?, ¿oh, qué viste, mi querido muchacho? Vi a un recién nacido completamente rodeado de lobos salvajes. Porque una dura lluvia va a caer”. Está cayendo y se va a llevar por delante a la alimaña.

Hay un vaso a medio apurar en el bar de la estación de Pan Bendito. Tu bocata de tortilla quedó intacto, Yolanda, como el que ahora comparten Silvia y Juan, dieciochoañeros: “¡Asesinos! Que nos dejen vivir en paz”. Hay cientos de macutos bajo los paraguas. Chicas del colegio con la foto de Chayanne en la carpeta. Pero en el tren sin retorno, el tren que se aleja ya, camino de los atochales del cielo, hay todavía fotos calcinadas de Ricky Martin, de Bisbal, ayer, junto al Jardín Botánico, anoche cuando batía un mar de lágrimas el rompeolas de todas las Españas. Más de dos millones de madrileños con el corazón a media asta caminábamos ayer por las calles de Hermosilla, de Velázquez, de Alcalá, por el Paseo del Prado y luego hasta Atocha. Pero no estábamos todos, al menos doscientos nos faltaban. Sois todos vosotros, vosotros que estáis en los cielos.

Manuel de la Fuente

11 de marzo de 2004

Marzo desnivelado por las cifras
del desaliento. Marzo de muerte,
triste marzo de trenes y extrarradios marchitos,
marzo de sueños rotos y niños deshabitados,
de pronombres sin nombre, de apellidos
quebrados y relojes sin hora, marzo de los teléfonos
enmudecidos.

Mi ciudad asolada. Mis tierras y mis trenes,
asolados, mis ojos y mis manos
y mis brazos,
asolados. Muerte sembrada bajo la luz
de un Madrid lateral
hecho de andenes periféricos, de seres menesterosos,
de mujeres crecidas en la sombra diaria
del tiempo inabarcable del trabajo,
de hombres cultivados
en el silencio anónimo de las factorías,
de humildes bachilleres y de párvulos,
de viejos azorados por noticias de muerte,
de bares conmovidos por la niebla y la sangre,
de juguetes sin niño,
de huérfanos sin ira,
de vacías acequias,
de fogatas sin lumbre.

Madrid de hospitales, de lutos y de marzo.
Capital de la niebla y del dolor. Ciudad de los estanques
del silencio.

Madrid desbaratado y mío. Madrid nuestro.
Como los muertos, nuestro.
Dueño de un mes de marzo
descolorido y turbio, pero nuestro.
Entre muertos y lágrimas,
es más nuestra y cercana la ciudad. También más triste.

Manuel Rico

 

12-M de 2004. Salamanca.

Todavía sacudidos por las noticias terribles del día anterior, recibimos la petición del Rector de observar 5 minutos de silencio a la puerta de las Facultades a las doce de la mañana.Las aulas están vacías, pues las clases se han suspendido, pero hay estudiantes, hay profesores, hay personal de administración y servicios trabajando.Un grupo de unas cien personas.

No hace mucho frío esa mañana en Salamanca, pero el aire es gélido. El mazazo ha sido terrible. Tras el decano, en las escaleras, todos miramos hacia los grandes árboles de la plaza, las catedrales al fondo, el cielo azul y cuatro nubes sueltas. Sólo se oye a las cigüeñas, que golpean sus picos como si estuvieran aplaudiendo.

En la obra cercana de Anayita, al otro lado de la plaza, hay un grupo de obreros, pintores, albañiles, fontaneros, electricistas… terminando el nuevo aulario. Salen todos puntuales y se quedan paralizados al vernos en las escaleras del Palacio. Se quitan con todo el respeto los cascos de sus cabezas y parece como si no respirasen siquiera, con sus monos amarillos, inmóviles como las torres de la catedral, congelados como el busto de Unamuno, con los cascos en la mano, abrazándonos en la distancia.

El aire se corta. No consigo tragar saliva. Algún sollozo. Silencio. Un escalofrío. Cigüeñas. Un grupo de turistas extranjeros irrumpe en la Plaza a nuestra derecha, junto al edificio del Rectorado. Se sorprenden por la escena, comprensiblemente. Y se quedan parados, mirando hacia nosotros. No se atreven a dar un paso ni a hacer un ruido mientras nosotros no nos movamos. El tiempo se detiene. Imágenes de Atocha en mi cabeza. Nadie se mueve. Por ellos. Por las víctimas. Son nosotros. Somos ellos.»

Animal Político

 

No estamos bien

Me gustaría decirte que estamos todos bien, pero no es así. Sólo te puedo decir que estamos vivos pero estamos mal, muy mal. Y lo malo es que hay gente que está muchísimo peor.

En una ciudad como Madrid en la que vivimos 4 millones de personas es fácil que conozcamos a alguien de entre esos 200 muertos y 1400 heridos. Y, aunque no lo conozcas tú, seguro que hay alguien que conoces que lo conoce. El hecho de ver sufrir a una persona que quieres, ya es suficiente como para que te des cuenta de lo que supone ésta matanza indiscriminada. Parece que si no conocemos a nadie es menos doloroso, es así, por muy poco solidario que nos parezca. Puede ser una manera de aislarnos del dolor e intentar seguir con nuestra vida.

Yo, esta vez, no quiero aislarme del dolor. Quiero sentirlo, quiero acordarme de que hay familiares que no han podido recuperar más que trozos de sus hijos y que van a tener que enterrar una bolsa negra llena de casquería en lugar de enterrar a quien querían. Quiero que no se me olvide nunca que, en este mundo que estamos construyendo y que tanto nos gusta con sus coches potentes, sus televisiones con programas de cotilleos y sus partidos del real Madrid, hay gente que convive conmigo que hace todavía más fina la cuerda que me sustenta, que no valora la vida humana, que en un momento de su existencia deciden poner 10 bombas en 4 trenes de cercanías llenos de gente que va a trabajar o a estudiar. Esa gente son terroristas, me da igual que sea ETA, Al Qaeda, los Israelíes en Palestina o los EE.UU. en todo el mundo, me da igual quienes sean. El caso es que la vida humana en la tierra vale muchísimo menos de lo que yo pensaba ayer que valía.

Yo no sé decirte una solución para que esto no pase más, en ninguna parte del mundo. Lo único que puedo hacer es asegurarte que mis hijos van a valorar la vida humana hasta tal punto que no van a ser capaces ni por asomo de pensar en algo parecido. Tal vez, si todos quisiéramos hacer lo mismo, acabaríamos con el problema.

 

MIS RECUERDOS DEL 11 DE MARZO   Gracchus Babeuf

A las ocho y diez, cuando salíamos de tomar café, a R. le sonó el teléfono. Era su mujer, que le contaba, con miedo, la tremenda explosión que había oído desde casa, cerca de Vallecas. Poco después, era mi madre la que me llamaba, muy asustada, por lo que estaba oyendo en la radio. Me parecía que exageraba: hemos sobrevivido a tantas bombas en Madrid…

De vuelta ya a la oficina, todo fue poner la radio, y saltar de una a otra página de Internet. Pero a alguien se le ocurre preguntar por quién falta. Nos quedamos todos mudos. Repasamos mentalmente a los compañeros que habitualmente llegan a trabajar en tren, y faltaban dos. Después de muchas llamadas, y de los interminables bloqueos de teléfonos, los encontramos, ya en su casa: “Nos vemos mañana, ya es imposible venir aquí”.

Dice Á.: “Pues estará contento Carod Rovira”. Y yo me enfado: -“Pues estará contento Aznar, que va a ganar las elecciones”. “Pues será Aznar el que a puesto las bombas”. “Pues será Carod Rovira” contesto yo. MJ se interpone entre nosotros, y evita el conflicto. Coincidiré con ella varias veces al fondo del pasillo, donde íbamos a que nadie nos viera llorar. Todos estábamos seguros de que los culpables eran los de siempre.

P. no dijo una sola palabra en toda la mañana. Ya no eran 40 o 50 muertos: vamos a más, y nos cuesta asimilarlo.El mismo Á. con el que discutí, se baja a hablar con los fachas: “Los rojos de arriba están como celebrándolo”. Contesta el facha gordo: “A mí los rojos me tocan los cojones”.Antes de las once, me llamó B. (sí a las once la mañana del mismo día 11 de marzo): “Tenemos la seguridad de que es un atentado islamista, todo lo de ETA es mentira. En … (el medio de prensa público en el que trabaja) todos tenemos la seguridad de que han sido los islamistas, pero tenemos prohibido difundirlo».Se asoma por la oficina un puto cabrón, al que le informamos de nuestras últimas noticias: todo apunta al islamismo radical. Su respuesta: “Sí, y mi prima tiene una pescadería”. ¿Vende mucha palometa tu prima, hijo de puta?

Nos íbamos al hospital a donar sangre, cuando me vuelve a llamar mi chica. No es necesaria más sangre, tienen la seguridad de que no ha sido ETA, pero se juega el trabajo si lo difunde por el teletipo. «¿Qué hago?», me pregunta. «Tenemos dos hijos muy pequeños, y una hipoteca muy grande», le contesto.

Me voy a Madrid, al cole,, y me encuentro a M., la madre de J. “¿Cómo estás?». No puedo contestar. Tengo la garganta cerrada. Ella lo entiende, y solloza.

El resto del día, en casa, la tele apagada por los niños. B. no volvió del trabajo hasta las 2 de la madrugada.

El día siguiente volvió al trabajo, pero a la estación de Santa Eugenia. Los niños de primaria de un colegio próximo escenificaron un homenaje a las víctimas. Salieron de sus clases en fila, y humedecían sus manos en pintura blanca, con la que dejaban las huellas en un gran papel de estraza que cubría un muro del patio. Me vuelve a llamar, emocionada: “No puedo hacer mi trabajo: cada vez que me dirijo a alguien, me emociono”. Un coche para frente a la Renfe, se abre una puerta y sale corriendo una niña, que deja un ramo de flores en la puerta de la estación. Hoy también acaba su trabajo de madrugada.

A mediodía del viernes, suspendemos una reunión, y acudimos a la concentración. Cinco minutos de silencio estremecedor, el abrazo sincero de viejos compañeros, y las palabras ambiguas de un cargo político del PP.

El sábado ya no podemos más. Estamos en casa escuchando alternativamente la radio y la televisión, y la evidencia de la manipulación crece. También crece la indignación. A las nueve de la noche, se me acaba la paciencia: ¡A Génova! me invitan varios mensajes en el móvil. Allá voy, exaltado.

Salgo de la boca de Metro saltando los escalones de tres en tres, gritando desaforado y dispuesto a pegarme con quien sea. Y lo que encuentro en la calle me detiene: Miles de personas, la mayoría jóvenes, en una actitud de indignación pero con la paz en las manos y en la boca. Sabéis de sobra el resto de lo que pasó esa noche. Al día siguiente, a votar. De los primeros de mi mesa. Y esa noche, otra vez, una lagrima en recuerdo emocionado a las víctimas del 11 M.

Todavía ahora, cuando levanto los ojos del periódico, y veo los vagones rojos y blancos, blancos y rojos, siento un escalofrío de miedo.

Mañana se cumplen 3 años.

 

¿A dónde irás, verdugo?

¿Por qué estás en la noche
agazapado? ¿contra quién?
¿por qué sos una ausencia tan endeble?
¿por qué estás desvelado
y el silencio te encrespa?
¿estás huyendo de algo?
¿de alguien? ¿de vos mismo?
¿de los ojos que viste y no te vieron
y ahora te rastrean?
¿te olvidaste del llanto?
¿del alarido y la puteada?
¿por qué las bóvedas y el viento
te espeluznan? ¿por qué te aterran
la guadaña y el albur?
¿cuándo vas a buscarte en el espejo?
¿soportarás tu mueca? ¿consentirás tu asco?
¿a dónde irás verdugo
si no hay cielo?

¿desde dónde llegaste a este sigilo
inquietante? ¿a este enigma
sobado? ¿enigma sin pretextos?
¿para quién trabajás
ahora que cayó tu anonimato
y el olvido profundo no se estila?
¿acaso tu desprecio es un seguro?
¿te encontrarás a salvo dentro de una
seguridad tan frágil?
¿a veces te sentís necio en el pánico
aunque sepas que nadie
va a hacerte lo que hiciste?
¿venís o te estás yendo?
¿hacia dónde?
¿hasta cuándo
podrás con los fantasmas?
¿a dónde irás verdugo
si no hay cielo?

¿te vencerán las alucinaciones?
¿arrastrarás tu sombra
y las sombras ajenas?
¿hasta qué punto callarás soñando
bostezarás de odio
hibernarás en pesadilla
te enredarás en los desdenes?
¿cómo podrás seguir viviendo
en la helada tangencia de la muerte?
¿vas a temblar de culpa?
¿o de julepe?
¿pasa el espanto por donde pasabas?
¿te jubilaste de la felonía?
¿te desnudaste de tu desnudez?
¿a dónde irás corsario
si no hay mar?
¿a dónde irás verdugo
si no hay cielo?

Mario Benedetti

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