ESPECIAL 11-M en el periódico ABC: Con nombre y apellidos Las víctimas y sus historias personales.
Vidas truncadas y familias que no olvidarán.
Rodrigo Cabrero Pérez 21 años. Madrid. Estudiante.
Acababa de echarse novia y era un fanático de las nuevas tecnologías. Vivía en Getafe con sus padres y su hermano.
ESPECIAL 11-M MASACRE EN MADRID en el periódico EL MUNDO LAS VÍCTIMAS
RODRIGO CABRERO PÉREZ Acogía en su casa a niños de Chernóbil ESTUDIANTE / 20 AÑOS / MADRID
Primogénito de una familia honesta y generosa, Rodrigo creció felizmente en un ambiente donde la solidaridad se palpaba. Conocía de cerca lo que supone ser víctima de una masacre injustificada porque cada cierto tiempo sus padres traían de Bielorrusia niños que en 1986 padecieron el desastre de Chernóbil.
Eran buenos tiempos para el joven estudiante de segundo de Informática del campus madrileño de
la Universidad Pontificia de Salamanca. Acababa de echarse novia y disfrutaba como un loco con su carrera. Desde pequeñito se mostró inclinado por las nuevas tecnologías y siempre andaba trasteando con el ordenador y conla Play Station. Viajar y los juegos de rol suponían para él la mejor forma de divertirse, unas aficiones de aventurero para un chaval tranquilo y hogareño.
La tragedia le salió al paso mientras esperaba en un andén. Vivía en Getafe con sus padres y su hermano, 15 meses más joven que él. Un mal presentimiento hizo que su padre, al enterarse del atentado, se acercase a la facultad a buscarlo. Allí, sus compañeros le dijeron que aún no había llegado, pero le animaban asegurándole que no tardaría en aparecer.
Esta mañana se le rinde homenaje junto a otra ex alumna, Laura Laforga, fallecida también en el atentado. La iglesia de la Clerecía de Salamanca invita a la oración por la paz a las 13:15 horas para honrar así la memoria de los inocentes.
ALEJANDRA PEÑALVER EL PAÍS
Primera versión del artículo sobre Rodrigo en periódico EL PAÍS. Luego quedó muy cercenada, por cuestiones de espacio. Nos gusta más ésta.
De |
Saray Marqués |
Fecha | Sábado, Marzo 20, 2004 5:20 pm |
Para | marisol |
Asunto | Pocos caracteres para tanto carácter |
QUERIDA MARISOL: |
RODRIGO CABRERO PÉREZ
Rodrigo se escribe con R
Rodrigo aprendió a leer antes que los demás niños. “Ahí pone Trans…portes Mediterráneo”. Rodrigo iba en el asiento de atrás del coche. Eran dos palabras con muchas erres, como su nombre, y Rodrigo tenía tres años. Desde ese día, ya no paró de leer.
En primero de EGB soportaba estoicamente las clases de lectura en voz alta; él prefería “leer con los ojos”, porque era más rápido. Ya en tercero, su madre lo sorprendía con El hobbit, de Tolkien, entre las manos. Hasta sus ocho años vivieron en Fuencarral y Rodrigo, un niño responsable, respetuoso, sincero, iba al colegio Sagrado Corazón (el primer día habían llegado y le había dicho a Marisol: “Márchate, yo estoy bien”).
Se había encariñado de sus compañeros, pero a su madre, profesora de Lengua y Literatura, la trasladaron a Getafe, así que ella, su marido, Juan Carlos, y sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, abandonaron su antiguo barrio, con la literatura a cuestas.
Cambio de distrito, y al colegio Julio Cortázar, de Getafe (poco antes, para hacer un “collage”, Rodrigo y Gonzalo habían recortado de los edredones de sus camas siluetas del tradicional juego de la rayuela). Estaban contentos: ahora el cole estaba a una manzana de casa. Su profesora durante tres cursos seguidos, Carmen, sabía apreciar sus ganas de saber cosas nuevas. Estuvo con ella hasta que se jubiló y a menudo decía que la echaba de menos. Un día, varios años después, cuando Rodrigo era ya un tiarrón de un metro ochenta, se la encontró en el médico y corrió a saludarla. Se dieron un abrazo emocionante. Luego, en casa, comentó :“Yo no la recordaba tan bajita”.
Seguía creciendo, pero siempre leía antes de acostarse, aunque a veces se olvidaba de ponerse sus gafas de leer. Instituto José Hierro…y los libros empezaban a no tener hueco en las estanterías de su habitación. Empeñado en resolver problemas en lugar de crearlos, Rodrigo se decantó por las ciencias. Dudó si estudiar Ingeniería Química, pero acabó matriculándose en Ingeniería Informática.
En casa siempre había habido ordenador, el primero había sido un Spectrum, y Rodrigo siempre había querido saber cómo funcionaba, que se lo explicara Juan Carlos, que salía como podía de las preguntas de su hijo. Ya estaba en segundo y, mientras aprendía cada vez más de programación, sus padres sabían cada vez menos de sus asignaturas, de nombres tan raros.
Pero sabía más de personas. Una vez, cuando tenía unos nueve años, su madre, muy enfadada, tuvo que echarle una bronca. Se quedó sin palabras ante su reacción: hizo que ella se callara dándole un beso en la nariz.
Sus padres conocían a Macarena, su primera novia. Llevaban dos meses. Lo que desconocían era que Rodrigo le había prometido, mitad en broma, operarse de su alergia al pelo de animal, si tal posibilidad existía, cuando fuera su aniversario: era muy alérgico a los gatos, y Macarena tenía tres. Y querían pasar el resto de su vida juntos.
Como su madre, tenía un fino sentido para la ironía. A veces la llamaba “Ancient mommy”, por el juego de palabras en inglés entre “Ancient mummy” (anciana madre) y “Ancient mommy” (anciana momia).
A los dos les gustaban los idiomas, que habían aprendido más con los libros que con academias y viajes de intercambio. El último regalo de Rodrigo fue precisamente un diccionario “Cinco mil vocablos de uso frecuente en inglés” Había estado cenando con Macarena y, con el menú, venían distintos regalos. Rodrigo no había dudado: “Llevaba tu nombre, mamá”.
Juntos veían Los Simpsons, y Rodrigo no se perdía por nada Los guiñoles del Plus. A Marisol la llamaba “mamá”, pero si la veía muy preocupada por el instituto, o por mil cosas, le decía “Madre, no te pongas agobiosa”. Y la piropeaba cuando la veía guapa, que era siempre. Rodrigo tenía salidas para todo (salvo para las preguntas de sus primas pequeñas, que le querían hacer hablar de chicas).
Pero primero escuchaba.
Había ido a Grecia dos veces de vacaciones familiares, y quería ir una tercera con Macarena. Sus padres aprovechaban esos viajes para estar más con sus hijos.
El pasado verano por primera vez Juan Carlos y Marisol se fueron solos, a hacer el Camino de Santiago. Pero Rodrigo se arrepintió de no haber ido y les llamaba todas las noches. Ni la vida de soltero era tan maravillosa como pensaba ni los libros (en verano, leía una media de un libro al día) cubrían su ausencia. Y además, estaba harto de vivir a base de pan de molde y pizzas congeladas.
A Juan Carlos también lo llamaba “papá”. Juntos practicaron esgrima durante dos años. Los dos planeaban todo tipo de artilugios y maquetas. Juntos, esta vez los cuatro, estuvieron en las manifestaciones contra la guerra. Juntos fueron a votar la primera vez. Juntos pensaban ir a votar las siguientes.
Cuando volvieron de Santiago, Rodrigo los recibió con un “abrazo de oso” de los suyos. Les había echado tanto de menos que estaba dispuesto a aprovechar el tiempo perdido: a leer poesía con su madre, que, en el fondo le gustaba, pero si ella se la explicaba. Lo único que nunca leyó fueron historias lacrimógenas y manuales de autoayuda. Prefería ayudar a otros.
También releía: ahora, que estaba en pleno descubrimiento de La aventura del tocador de señoras, de Mendoza, había rescatado los otros dos libros de la serie: El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas. También había vuelto a leerse toda la saga de El capitán Alatriste.
Últimamente le dedicaba casi más tiempo a Internet que a leer. Tenía muchos amigos: dentro del grupo de rol EFEYL (Encuentro de Fantasía, Ensueño y Leyenda), los del barrio, de siempre, y los de la Facultad. A todas horas hablaba con ellos, chateando, y de ellos, con la familia.
Marisol acabó aceptando las largas sesiones ante el ordenador (“Estoy trabajando, mamá”), su nombre en clave: Roltrigo, e incluso le ayudó a coser un disfraz de mago, como el del póster que colgaba en su habitación. Allí se refugiaba Rodrigo las pocas veces que no quería que nadie le molestara, siempre después de haber sacado la vajilla limpia del lavaplatos (que era la tarea doméstica que tenía adjudicada). Junto al ordenador, atesoraba montones de apuntes, suyos, de otros compañeros, de otros cursos, ejemplares de White Dwarf, la revista de maquetas a la que estaba suscrito, más libros…y guardaba las entradas de los sitios donde había estado: las últimas, aún sobre su mesa, de Sit, de Tricicle, y Todo porque rías, de Les Luthiers.En los antípodas de la lectura y el rol estaba el baile. Rodrigo bailaba fatal, pero se reía con Marisol de su falta de destreza: desde que habían estado en Grecia, madre e hijo habían descubierto que sus expectativas como bailarines pasaban por especializarse en los sirtakis griegos, eso sí, dándoles un toque personal.
La mañana del jueves, Rodrigo se puso su plumífero azul marino, que le gustaba porque tenía muchos bolsillos para guardar mil cosas, y se fue sin hacer ruido. Marisol estaba en la cama, pero le sintió cerrar la puerta con sumo cuidado. Miró el reloj y eran las siete. Sonrió con esa dulzura que Rodrigo había heredado. Ya no necesitaba de ella. Rodrigo, que había sido el primer hijo, igual que el primer nieto y el primer sobrino en la familia hasta que, un año después, llegara Gonzalo, se había hecho mayor. Cerró los ojos y se imaginó a Rodrigo haciendo el trayecto que lo separaba de la Facultad: a Getafe Central en Metrosur, a Atocha en cercanías, trasbordo y a Nuevos Ministerios, y, de allí, otra vez en metro, a Metropolitano. Era una hora, pero era el camino más corto.
Rodrigo escuchando Siniestro total y leyendo El Código da Vinci esa mañana. Rodrigo encontrándose con Macarena… Duerme un poco más, poco, pero parece una eternidad.
Cuando abre los ojos, Rodrigo no está camino de clase. Él, que nunca faltaba. Él, que nunca se perdía una lección si lo que tocaba era “aprender a ser persona”. Él, que tenía que volver a Grecia, pero también ir a Egipto y, antes, a Figueras, aprovechando el año Dalí. Él, que no había tenido ganas de sacarse el carnet de conducir, porque “aquí hay muy buen transporte público”, que no había tenido tiempo de incorporar la erre del rencor a su vocabulario…asiste, en primera fila, a la lección del horror que alguien decidió dar ese día a esa hora. Juan Carlos sigue viendo la sonrisa de su madre en la cara de su hijo, muerto.
Se ha ido sin explicarle cómo se desencripta su ordenador. Se ha ido del mismo modo en que aprendió a leer: antes que los demás niños. Y a Marisol, deseosa de conjugar el futuro, de tener nietos de él, no le sale, no le puede salir, hablar de su hijo en pasado.
SARAY MARQUÉS http://www.elpais.com/comunes/2004/11m/pag_078.html
En el periódico LA VANGUARDIA
Rodrigo Cabrero Pérez 20 años. Estudiante. Getafe
Dulce, callado y genial. Estudiaba segundo de informática, pero eso sólo ocurría en este plano de la existencia: en un mundo de aventuras y emociones, batallas y romances, era «Roltrigo», el increíble hombre pájaro y también un mago cuyo encanto alcanzaba a un centenar de amigos que le despidieron con claveles rojos.
La página web de los jugadores de rol «en vivo» está repleta de mensajes firmados con los nombres fantásticos del mundo de Tolkien y de «Dungeons and Dragons», de fotos de caballeros y doncellas. Macarena era su novia. Se lo presentó otro amigo, Emilio «Belwar», a quien Rodrigo, generoso, le reía sus chistes malos.
Los jugadores de rol en vivo se reúnen cada dos o tres meses, un fin de semana, en algún sitio al aire libre con albergue y bosque. Hay que hacer comidas, organizar el juego, los personajes, los disfraces increíbles. Pueden reunirse muchísimos jugadores, de todo el país y de todas las edades. Los padres de Rodrigo, Juan Carlos y Marisol, estuvieron en la última concentración-a la que, curiosamente, faltaron Rodrigo y su hermano, quince meses más joven, y Macarena-.
Rodrigo era una de las pocas personas que había heredado libros de rol de sus padres, que son excepcionales, «las mejores personas que conozco», cuenta Macarena. «El rol tiene mala prensa, por las cosas que pasaron (aquel asesinato en Madrid), pero somos gente muy sana, que no bebe ni fuma. El rol a veces es una excusa; quedamos los sábados pero acabamos hablando de otra cosa, en vez de jugar.»
A Macarena no le gusta la noche, «porque no puedes hablar, con el ruido y la música». A Rodrigo tampoco le gustaba. Prefería los amigos de cerca, de tú a tú. «Escuchaba, aconsejaba, alegraba a la gente, irradiaba tanta fuerza…» Sus amigos dicen que era cariñoso, un poco tímido pero no introvertido. «Cuando decía algo, era digno de ser escuchado. Él decía :’Yo no es que no hable, es que hablo cuando los demás calláis’.»
El otro día hubo una misa de funeral en la facultad de Informática. Macarena se encontró levantándose esa mañana con una sonrisa, no lo pudo evitar. «Es que ahora ya no le puedo fallar: si me ha hecho feliz, ¿por qué no voy a seguir siéndolo, como él querría? Estoy muy agradecida de haberle conocido, por lo que viví con él, porque me ha hecho mejorar como persona. Él lo veía todo fácil, quizás en eso era un poco niño, pero en el buen sentido. Ahora yo también soy optimista como él. Sus padres me dijeron que murió con una sonrisa.”
Rodrigo estaba en el andén de Atocha. La onda expansiva de la bomba lo lanzó por los aires y se desnucó. Su cuerpo quedó intacto
La Vanguardia, 21 de marzo de 2004
En el periódico LA RAZÓN
De |
@larazon.es> |
Fecha | Lunes, Marzo 22, 2004 8:24 pm |
Para | m |
Asunto | LA RAZON |
Estimada Marisol, ante todo, mi más sentido pésame. Soy María Penedo, del periódico Si quiere ponerse en contacto conmigo estoy disponible en el 91 324 70 93, si por lo contrario prefiere mandarnos el artículo, sin más, lo puede hacer en television@larazon.es o razontv@yahoo.es Entendemos los momentos por los que debe estar pasando y sentimos tenernos que poner en contacto con usted por este motivo, por eso, si no fuera mucha molestia para usted y nos pudiera mandar una foto de su hijo le estaríamos muy agradecidos. Si puede ser, nosotros le enviaríamos un mensajero para que la recogiera y nos comprometemos a devolvérsela. Gracias de antemano y disculpe las molestias Espero su respuesta María PenedoRedactora Jefe de Comunicación
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De | @larazon.es> | |
Fecha | Martes, Marzo 23, 2004 5:36 pm | |
Para | m | |
Asunto | MIL GRACIAS | |
Muchísimas gracias Marisol. Por la extensión no se preocupe demasiado, aunque los artículos que estamos realizando son, más o menos, de un folio. En cuanto a la foto, ese formato nos viene muy bien.De nuevo, graciasMaría Penedo |
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De | @larazon.es> | |
Fecha | Miércoles, Marzo 24, 2004 7:22 pm | |
Para | m | |
Asunto | ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS! | |
Querida Marisol, muchísimas gracias por la semblanza de vuestro hijo, nos ha parecido preciosa. Todavía no sabemos cuándo lo publicaremos porque queremos darle el mayor espacio posible para no tener que cortarle ni una línea. No se preocupe porque nosotros nos encargamos de avisarla, vía mail, de la fecha de publicación.Un fuerte abrazo y, de nuevo, gracias por atendernos en estos momentos tan duros para ustedesMaría Penedo |
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De | @larazon.es> | |
Fecha | Viernes, Marzo 26, 2004 9:17 pm | |
Para | m | |
Asunto | DÍA DE PUBLICACIÓN | |
Querida Marisol, de nuevo me dirijo a usted para comunicarle que publicaremos mañana sábado día 27 de marzo la semblanza que nos envió de Rodrigo.Un fuerte abrazoMaría Penedo |
RODRIGO CABRERO PÉREZ
Se llamaba Rodrigo, tenía 20 años y era nuestro hijo. Fue nuestro primer hijo y también primer nieto y primer sobrino en la familia. Pero no llegó a ser un niño consentido, porque quince meses después llegó Gonzalo para compartir con él todas las atenciones.
¿Qué se puede decir de un hijo que se pierde en circunstancias tan terribles? ¿Cómo puede llegar uno a acostumbrarse a su ausencia? Se fue silencioso y dulce, como él era, haciendo el menor ruido posible, para no molestar a los que aún dormíamos. Y no volvió más.
Dejó, como siempre, su cama hecha, la ropa recogida, la habitación en orden, la mesa con sus papeles y carpetas. Le oí marcharse y pensé que era un encanto. Y dormí sólo unos minutos más, sin saber que aquel jueves maldito Rodrigo había madrugado para morir.
No quiero caer en el tópico de los que recuerdan e idealizan: no era perfecto, nadie lo es. Pero permitidme que lo escriba: Rodrigo fue un regalo y disfrutamos con su compañía cada minuto de los veinte años que pasó con nosotros.
Hay muchas cosas que se pueden añadir, que estudiaba segundo de Ingeniería Informática, que era un buen chico, que siempre sonreía, o que tenía un sentido del humor inteligente e irónico, pero nunca mordaz. En casa era cariñoso, locuaz y brillante. Con los que tenía menos confianza, callado y muy buen oyente, sencillo, discreto y dulce. Su aparente timidez escondía muchas ganas de ayudar, atención por los detalles y una preocupación sincera por los amigos.
Le encantaba leer. Lo hacía de forma casi compulsiva pero, consciente, anotaba las frases que más le llamaban la atención, por profundas, sentidas o humorísticas. Le gustaba viajar, conocer otros países, otras culturas, lenguas o costumbres.
Adoraba las reuniones con sus amigos de EFEYL, un mundo de fantasía de ambiente medieval en el que pasó muchas de las mejores horas de su vida. Al principio había gente que no entendía su afición, pero a todos los terminaban convenciendo sus palabras, por la apasionada intensidad que ponía en ellas.
Estaba empezando su vida, estudiaba la carrera que le gustaba, acababa de encontrar a Macarena (su primera y única novia), tenía una familia feliz, amigos y aficiones que le llenaban por completo; su talante era el más conciliador y antiviolento del mundo, pero el terror le salió al encuentro en la estación de Atocha y se lo llevó para siempre.
Le estuvimos buscando un día y una noche, esperando lo mejor. No podía ser. El viajaba en tren desde Getafe; no en los procedentes de Alcalá y Guadalajara. No podía ser. Pero en la lista de heridos no estaba. Tampoco en la de fallecidos.
En la madrugada descubrimos que hubo un cuarto tren, el que llegó a entrar en la Estación de Atocha, y que estalló antes de abrir las puertas. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que él podía haber estado esperando en el andén. Fue entonces cuando temimos lo peor, porque no aparecía en ningún hospital. Nadie nos llamó, pero seguimos buscando.
Y lo encontramos, por fin, en el Ifema, la mañana del viernes 12. La forense nos dijo que le alcanzó una de las ondas expansivas en Atocha y se fracturó el cráneo. Ojalá no se diera cuenta de nada.
Lo reconocimos, extraño sin sus gafas, con una sonrisa dulcísima en el rostro intacto. Se marchó en paz; con la paz en la que creyó siempre fervientemente. Cuando pensamos en él dejamos que esa paz nos inunde el alma.
¡Que llene el corazón de todos los que le queremos y le vamos a recordar siempre!
Juan Carlos y Marisol
CUANDO YO ME VAYA
Cuando yo me vaya no quiero que llores,
quédate en silencio sin decir palabras
y vive recuerdos, reconforta el alma.
Cuando yo me duerma, respeta mi sueño
por algo me duermo, por algo me he ido.
Si sientes mi ausencia no pronuncies nada
y casi en el aire, con paso muy fino
búscame en mi casa, búscame en mis cartas,
entre los papeles que he escrito apurado.
Ponte mis camisas, mis sueters, mi saco,
y puedes usar todos mis zapatos.
Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama,
cuando tengas frío ponte mis bufandas.
Te puedes comer todo el chocolate
y beberte el vino que dejé guardado.
Escucha ese tema que a mí me gustaba,
Usa mi perfume y riega mis plantas.
Si tapan mi cuerpo no me tengas lástima,
corre hacia el espacio, libera tu alma,
palpa la poesía, la música, el canto
y deja que el viento juegue con tu cara.
Besa bien la tierra, toma toda el agua
y aprende el idioma vivo de los pájaros.
Si me extrañas mucho, disimula el acto,
búscame en los niños, el café, la radio
y en el sitio ése donde me ocultaba.
No pronuncies nunca la palabra muerte,
a veces es más triste vivir olvidado
que morir mil veces y ser recordado.
Cuando yo me duerma,
no me lleves flores a una tumba amarga,
grita con la fuerza de toda tu entraña
que el mundo está vivo y sigue su marcha.
La llama encendida no se va a apagar
por el simple hecho de que no estés más.
Los hombres que viven no se mueren nunca,
se duermen a ratos, de a ratos pequeños
y el sueño infinito es sólo una excusa.
Cuando yo me vaya extiende tu mano
y estarás conmigo, sellado en contacto
y aunque no me veas, aunque no me palpes,
sabrás que por siempre estaré a tu lado.
Entonces un día, sonriente y vibrante
sabrás que volví para no marcharme.