Ya diciembre

Hemos cambiado de mes, tengo que empezar a las compras navideñas y me embarga una pereza absoluta. Buenos días, Rodrigo, desde esta buhardilla donde te añoro y te llevo escribiendo veinte años.

El protector de la mesa aún luce el pequeño orificio que le hiciste por descuido con un boli. Era tu último verano, nadie podría haberlo previsto, y tú estudiabas aquí por disfrutar del aire acondicionado. Todavía recuerdo que me pediste disculpas por tan poca cosa y nos reímos juntos.

Quién iba a decirme que solo unos meses después me llenaría de nostalgia contemplarlo. Como ahora mismo también me pasa, ay, aunque hayan caído desde entonces veinte veranos más. Parece imposible que perdure un objeto tan simplón y que no sigas tú. ¿Dónde estás, cariño? ¿Volveremos a vernos?

Tal vez, con el paso de los días vayamos recuperando el ánimo. Lo cierto es que la Navidad pierde su magia si no hay niños. Y aquí no tenemos, ya sabes, Rodrigo. Ojalá lleguen. Ayúdanos también en eso.

Te queremos, hijo. No te olvidamos. Por favor, no nos olvides tú. Millones de abrazos de osos: Mamá.

Multitudes

Hola, hijo. Hoy te escribo con retraso, después de una presentación accidentada. Todo Madrid se había echado a la calle, apenas conseguíamos avanzar, hasta nos equivocamos de ruta varias veces. Incluso llegamos tarde al evento.

Espero que me leas y te rías conmigo, porque al final la aventura acabó bien. Tarde, pero bien.

Vimos a tus amigas y hablamos con ellas de ti. Es tierno y difícil. Casi nadie ya se atreve.

Y luego la vida volvió a su cauce habitual. Sin ti siempre, aunque, menos mal, serena en tu recuerdo.

No te olvidamos, Rodrigo. Cuídate y cuídanos.

Montones de besos: Mamá.

18 de noviembre de 2023

Desde nuestra casa, rodeados de la hojarasca otoñal, te escribo y añoro, Rodrigo.

Volvemos a la rutina de a poquitos, aún con resaca del viaje. A medio año de cumplir la veintena sin ti.

Qué largo tiempo de ausencia, hijo querido. Qué difícil mantener la esperanza. Vela por nosotros, cariño.

Te queremos. Hasta ese infinito en que deseamos hallarte.

Miles de abrazos, risas, libros, juegos, viajes, sonrisas, bailes, canciones y muecas. No te olvidamos.

11 del 11 y además sábado

Hola, Rodrigo, buenas noches. Te escribo unos días más tarde, ya desde casa. Papá y yo hemos estado en Egipto. Sin ti.

Siempre decías que deberíamos ir los cuatro. O los cinco, porque también era la ilusión de tu abuelo Juanjo, pero no pudo ser.

Os hemos echado en falta a los dos allí, hijo.

Noviembre 2023

Ya estamos en noviembre. Me he saltado a propósito el 1, que me agobia tanto, ya sabes. Aunque te pensé mucho. Y hasta te lloré, parecerá raro, pero es que no importa cuánto tiempo pase, te echamos enormemente en falta, hijo.

Pronto volvemos a salir de viaje. Papá y yo aprovechamos el tiempo que vivimos, porque sabemos que todo puede cambiar en un instante. Como te pasó a ti, cariño. Maldita lección de vida fue la de perderte.

Tu hermano se esfuerza en arroparnos, pero tu ausencia duele, duele todo el tiempo; aunque vaya cambiando, duele siempre.

Y seguimos, con toda la consciencia de que somos capaces. Quizá la felicidad sea vivir en la ignorancia, quién podría asegurarlo.

Algún día te volveremos a ver. Y nos darás los abrazos que se nos quedaron pendientes. No nos olvides, Rodrigo. Por favor.

Millones de abrazos de oso, muecas, series, libros y canciones. Te quiere infinito: Mamá.

Hoy con palabras de Pedro Salinas

«Y yo, perdida, ciega,
no sé con qué alcanzarte, en donde estés,
si con abrir la puerta nada más,
o si con gritos; o si sólo
me sentirás, te llegará mi ansia,
en la absoluta espera inmóvil
del amor, inminencia, gozo, pánico,
sin otras alas que silencios, alas.»

No sabes cuánto te añoramos, hijo.

Nuevas añoranzas

Hola, cariño, buenos días. Hoy es otro sábado. He perdido la cuenta de todos los que te llevo escribiendo en estos diecinueve años de distancia entre tú y yo.

Lo sigo haciendo para no perderte el contacto, Rodrigo. Y por qué, quizás, dondequiera que estés, si te escribo, si te doy la lata, pueda llegarte alguna de mis pobres líneas. Ojalá.

Te espero todavía, hijo.

Espero que vuelvas.

Ya que aquel jueves maldito no pudiste, no te dejaron, esperaré a que regreses a buscarme cuando me llegue a mí la hora de cruzar la Estigia.

No elegiré el olvido que propone Caronte. Prefiero el sufrimiento de conservar todas las memorias, si así puedo reencontrarte.

No me/nos olvides tú, hijo, por favor.

Millones de besos y abrazos doloridos. Te quiere muchísimo: Mamá.

Veroño

Buenos días, Rodrigo. Aquí seguimos, sin ti, aún con calor de verano, manga corta y sandalias.

Estuve hablando de ti en un instituto. Fue una buena experiencia, menos mal, después de la tan incómoda del verano. Y dentro de poco empiezan también las presentaciones de mi última novela. Esos son las únicos hitos que se salen de lo cotidiano.

La vida sigue. Siempre sigue. Inmisericorde. No importa quién falte.

Te añoramos mucho, hijo. No te olvidamos. Recuerda el camino a casa y haz que nos volvamos a encontrar.

Añoranza

Son las 5:30. Últimamente me despierto prontísimo. ¿Qué tal sigues, hijo? Nosotros razonablemente bien.

Poco a poco volvemos los tres a las rutinas de cada comienzo de curso, y todo sería genial si tú estuvieses, ay si estuvieras. No consigo aceptarlo, aunque hayan transcurrido ya casi veinte años. Siempre me faltas tú, Rodrigo.

Ojalá pudiese verte en sueños. Qué genial sería poder visitarte. O recibir mensajes tuyos.

Desde la buhardilla fantaseo volver a verte, hijo. Y te quiero.

Por favor, vuela alto.

Millones de besos y abrazos de oso: Mamá.

Último sábado de septiembre

Otra vez siento la rapidez con la que ha pasado esta semana, buenos días, Rodrigo. En pleno veranillo de San Miguel, te escribo estas líneas de desconcierto climático y vital.

Hoy comemos con tu hermano, incluso pasaremos la tarde juntos. Ojalá tú te unieses al grupo. Si pudieras venir…

Besos desde casa, desde el jardín que empieza a mostrar las señales del otoño. Vuela alto, hijo querido. Te queremos.