Último finde de trabajo 

He terminado los exámenes. También los papeleos burocráticos. Me esperan más el lunes, pero mientras tanto, enardecida por el ritmo frenético del último trimestre, he seguido trabajando y me he lanzado a  revisar de nuevo el manuscrito: toda nuestra tragedia, hijo. La memoria de tu ausencia y de nuestro duelo.

Además de hacer arreglos menores que no puede evitar mi afán perfeccionista, el texto me sigue emocionado. Y esa lectura intensiva me ha inundado el alma con las sensaciones de todos estos años escribiéndote, Rodrigo.

Mi relectura, que pretendía ser crítica, me lleva de nuevo a la conclusión de que el texto merece la pena, algunos amigos y algunos editores independientes lo han corroborado, pero ahí está la realidad. Tuve la oferta de una editorial muy chiquita que pretendía censurar toda la crítica y que, obviamente, no acepté. Y luego, una promesa de revisión que todavía espero de otra más grande y combativa, pero pasan los meses y no sé qué pasará.

No hay prisa, me digo. Lo que cuento no tiene urgencia periodística, sino el poso ya de un hecho histórico que puede ser estudiado en cualquier momento. Tal vez para el décimo quinto aniversario.

Y  te añoro, y añado estas nuevas líneas a nuestra bitácora, hijo, mientras el día va despuntando. No te olvido.

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