Te escribo de semana en semana

Cada sábado entro en esta bitácora a charlar contigo. Me aferro a esta costumbre de años ya porque te quiero muchísimo. No sé si me lees o escuchas. A veces creo que sí y otras me pueden la tristeza y la desesperanza, pero sigo escribiéndote, porque solo tengo esta manera de seguir unida a ti, hijo.

El ritmo de la vida ha vuelto a acelerarse, se me han volado estos siete días sin sentir. Y le he perdido el pulso a las vacaciones, antes ansiadas y que ahora siento que son apenas unos días más.

El miércoles hablé de mi libro, de nuevo, a jóvenes estudiantes; tu hermano necesita hacerse una intervención en las rodillas, pequeña y sencilla, al parecer, pero que asusta, y me paso días enteros haciendo poca cosa más que domesticidades. Así pasa la vida, suavemente. Y no sé si la desperdicio cuando no hago nada importante, o cuando solo descanso. Lucho contra mi excesivo afán de rentabilizar cada momento. Me doy permiso a mí misma y me lo quito un segundo después.

Y entonces pienso en cuánto me gustaría compartir la vida contigo. Y te echo en falta, me duele, esta existencia en la que no estás. Por eso relleno líneas y líneas, construyo textos y alimento este blog, porque te busco. Pero, a la vez, me veo absurda por forzar este diálogo en el que tú no contestas. Y me hundo en un caos de contradicciones, del que soy mucho más que consciente, pero no puedo evitar. Lo diré mejor, que no quiero evitar. Porque si hay una mínima baza de seguir en contacto contigo, todo merece la pena. Cualquier esfuerzo, la perseverancia, el dolor de la duda.

Dondequiera que estés, Rodrigo, no dejes de mirar por esta pequeña familia tuya que te añora. Ni de sonreír. Te queremos con todo nuestro corazón y te esperamos aquí, en casita. Abrazos de oso: Papá, Mamá y Gonzalo.

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