Un sábado cualquiera de febrero, como el de hoy, Rodrigo, vuelvo a escribirte que la vida avanza sin ti pero contigo en el corazón.
El viernes hice mi última, espero, gymkana por el Barrio de las Letras, una jornada agotadora agitando a treinta alumnos. Como no suelo usar el cercanías a menudo, iba pensando en ti. En ese camino cotidiano para miles de usuarios que te alejó de nosotros, ay, malditos terroristas, para siempre.
Entonces, como una señal de que nos acompañas con él, de que no estamos solos, subió tu hermano al mismo tren y al mismo vagón.
Así que me refugio en nuestra familia, pequeñita desde que te fuiste, hijo. De tres en apariencia. Pero siempre de cuatro.