Buenos días, hijo, como tantas veces, te escribo al amanecer. Estos momentos entre la noche y el día que te dedico son un pobre sustituto de las charlas que nos robaron. Y hoy necesito hablarte especialmente, pues tras la declaración del fin de la banda terrorista ETA se reavivan como nunca la pena, la melancolía y el vacío.
Los que nos dijeron que había sido ETA tu asesina (y les creímos en las primeras horas), los que intentaron manipular nuestra desgracia para tapar sus vergüenzas, ahora presumen de no haber cedido nunca a su chantaje de terror. Cuando las negociaciones tuvieron que hacerlas otros, ellos presumen ¿de qué?, ¿del uso partidista de las víctimas y su dolor?, ¿de haber retrasado este final?
Lloro por los asesinados, sus familias y amigos como lloro por ti. Mucho antes tenía que haberse producido esta disolución. Y se suma el espanto de que las víctimas no han recibido las mismas disculpas: ETA ha diferenciado entre ellas. Las de las fuerzas armadas, según la banda terrorista, eran objetivos militares, y como en cualquier guerra solo por las bajas civiles piden perdón. Lo triste es que la contraofensiva sucia del Estado les dio cierta credibilidad en su momento. Y ahora se aferran a esa circunstancia. Por eso no me gusta escribir derrota. Es un término bélico que no quiero usar.
Desaparece ETA bastante más tarde que otros grupos terroristas europeos, parece otro ejemplo espantoso de nuestro proverbial retraso secular. Pero aun tardía es una magnífica noticia. Aunque no resuelva el daño ni el dolor de las víctimas, les queda el triste consuelo que todos los que tenemos esa condición sentimos: que nunca más nadie tenga que pasar por las mismas terribles experiencias.
Lamentablemente otros tipos de terrorismo, como el yihadista que te mató Rodrigo, sigue amenazándonos. Ojalá nuestra sociedad haya aprendido de los errores cometidos hasta ahora y no vuelva a repetirlos. Ojalá todas las víctimas podamos sentir el apoyo incondicional del Estado y que no seremos usados como arma política.