Ayer hubo un momento inesperado, con ruido de voces, en que te intuí, Rodrigo. No sabía yo si era la tele, que escuchaba de fondo mientras cocinaba, o papá que volvía del trabajo, o tu hermano y tú, que por algún azaroso quiebro temporal alborotábais en el pasillo. El caso es que me pareció que estabas allí, caminando hacia mí desde la puerta de entrada. Solo fue un instante, pero maravilloso.
Ahora que lo escribo y lo recuerdo, se me inundan los ojos de lágrimas. Y te vuelvo a echar de menos.