Tu nombre

Hola, cariño, buenos días, ¿qué tal vas? Ayer vimos a tu hermano y hoy te toca a ti. Escribirte es mi manera de comunicarme contigo. Y lo hago como cada sábado, aprovechando la calma del fin de semana y esta concreta mañana tranquila y lluviosa. Te pienso con mucha nostalgia. Y te quiero.

No sé dejar de quererte. No me da la gana dejar de quererte. Y como no estás, no renuncio a recordarte ni a decir tu nombre.

Es difícil esto del nombre. Me cuesta repertirlo cuando llamo a otro y estos últimos años lo escribo y lo digo a menudo por un alumno que no eres tú pero usurpa lo poco que de ti me queda. Por supuesto que soy consciente de que nadie tiene la exclusiva sobre su nombre, no me quejo, solo constato que me produce dolor.

Tal vez por esa percepción mía no soy partidaria de repetir los nombres en cada generación, como hacen tantas familias tradicionales. Creo que cada nuevo miembro debería tener un apelativo suyo único y exclusivo. No lo será en la sociedad, claro, es imposible, pero que al menos sí lo sea en su círculo. Y no me refiero únicamente al incordio que supone deshacer equívocos (¿el abuelo, el padre o el hijo?), sino a casos ya un poco absurdos en los que varios nietos tienen el mismo nombre y el mismo apellido.

Tampoco se trata de que se creen desagradables confusiones, eso me parece un problema menor. Supongo que quien pone el nombre de otro a un hijo suyo desea mostrar respeto y consideración por la persona que lo lleva o llevó primero, pero también creo firmemente que hace lo contrario con quien se verá obligado a sufrirlo.

En nuestra familia tú eres el único Rodrigo. No quisimos usar otros nombres que nos gustaban pero que te pudieran marcar por repetidos. Lo hicimos también con tu hermano. Para nosotros sois únicos y así nos gustaría seguir. Si es posible.

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