Llueve y hace frío, pero estamos refugiados en esta casa nuestra que nos protege tanto. Papá y yo solos, porque tu hermano se ha ido estos días, afrontamos las fiestas solucionando pendientes y disfrutando de entretenimientos sencillos. Como solemos hacer en Semana Santa.
No consigo, sin embargo, que lo cotidiano me arrope. Este curso, desde octubre y el anuncio de la publicación de tu libro, me invade de continuo el desconcierto vital. No es que sea un agobio absoluto, solo un runrún de tono muy bajo, pero no se va. Supongo que se suma a la certeza del próximo cambio que supone la cada vez más cercana jubilación.
Desde aquí te hago señas, Rodrigo, hijo querido, con flores y con risas. Con la primavera de nuestro jardín, con libros con viajes en proyecto y todo nuestro amor. No te olvidamos. Espéranos.