Adiós, abril

No puedo evitar la cuenta atrás de los días. Se acerca mayo, el mes de nuestros cumpleaños, Rodrigo. Se aproxima también el final del curso, tanto que ya he dado mis postreras clases de literatura, a sabiendas, un poco entre dolorosas y melancólicas.

La tarde del jueves, en un acto de la Aso, conocimos personalmente al juez y la fiscal que estaban de guardia el fatídico día de tu asesinato, hijo. El  que instruyó el caso, la que defendió el juicio en la AN. Y charlamos con ellos. Y sigue siendo demasiado extraño y demasiado duro que te hayas ido para siempre.

Se me acaba segundo de bachillerato, ya solo quedan algunos exámenes. Y en medio de esta irrealidad, tú sigues sin volver a casa, con tu rostro juvenil de veinte años grabado en mi retina y en mi corazón. Tu hermano también aparenta menos, pienso que a ti te pasaría algo parecido, si estuvieras. Sin embargo, qué extraño, no estás, todavía no has vuelto a casa. No puede ser.

Un juez y una fiscal, dos juicios, miles de folios de investigación y de hechos probados, nuestras vidas rotas sin ti, tu existencia aniquilada, esta familia reducida a tres, nuestro duelo y el amor que nos sigue uniendo, hijo querido. Todo vuelve una y otra vez.

Es temprano. Debo corregir un poco, y luego llenar la nevera, y más tarde, tal vez dar un paseo, ver una serie, entretener un tiempo que se hizo para siempre ajeno y absurdo desde que no estás tú, cariño.

Apenas dos meses de curso y luego tiempo libre para tantas cosas que he ido posponiendo. El ritmo de la vida me acerca a tu mundo, Rodrigo. No dejes de señalarme el camino que lleva hasta ti.

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