
Poco puedo contar en esta situación de soledad. Ha pasado una semana desde la última vez que te escribí, Rodrigo, y ya son tres de encierro. Tenemos de todo, no es carestía de suministros, ropa, lectura, entretenimientos varios. Tus bisabuelos nos contaron sucesos mucho más extremos, con hambre, bombardeos, sótanos, sirenas, cartillas de racionamiento, tensión y violencia continuadas. Vemos en las noticias que hay países donde muchos no tienen ni lugar donde recluirse en aislamiento, ni posibilidad de almacenar comestibles para ello, porque viven hacinados y se buscan la comida cada día.
Estamos bien. Como puedes comprender, pesa en nuestro espíritu la ausencia de libertad. Ay, hijo, porque no solo es duro sentirse constreñido, es que enajena, embrutece el alma. Pero si evitamos la autocompasión, si ponemos las cosas en perspectiva, estamos entre los que tienen el privilegio de tener de todo y de contar con un estado que vela por nosotros.
Lleva unos días lloviendo. A ratos sale el sol y la primavera está mandándonos regalos muy hermosos. Parece que las curvas de contagio se han desplomado, que las medidas de aislamiento están dando frutos. Pero hay muchas bajas todavía. Y de entre los nuestros, lamentablemente, ya tenemos alguien en peligro, en el hospital: V el hermano de Ela.
Desde tu mundo lejano, más allá del mar, y los puertos grises élficos, y los arcoiris de tu infancia, échanos una mirada. Cuida de nosotros, cariño. Seguro que tú puedes. No te olvidamos. Vuela alto, Rodrigo. Te queremos.