
Buenos días, Rodrigo. De nuevo acudo a nuestra cita semanal. Son ya muchos años lo que llevamos charlando aquí, de esta manera escribidora. Desde luego que no se nos puede acusar a mí de inconstancia o a ti de paciencia. Gracias por aguantarme, cariño.
En este confinamiento extraño en el que vivimos ahora, pendientes todos de ciertos síntomas que nos repiten sin parar, sabemos que uno muy curioso de este coronavirus es la pérdida del olfato y del gusto. Yo los tengo todavía. Y tampoco he perdido el apetito, por eso estoy ganando peso, cosa que no me gusta nada de nada. Pero voy a lo importante y te cuento que en lo emocional ando un poquito vírica. Lo reconozco de otras fases. Porque me siento roma, poco empática, desilusionada, escéptica, enajenada y rarísima.
De algo me tienen que servir todos estos años de experiencia vital sin ti, cariño. Estoy en fase de acorchamiento, ya la conozco. Mi cerebro se blinda así contra las adversidades. En algún otro momento volveré a sentir como siempre, ahora mismo lo importante es sobrellevar el día a día y salvar la impedimenta.
Papá y yo estamos bien. Hablamos con tu hermano y con Ela cada noche. Ellos también están soportando el confinamiento bien. Todos los que conocemos lo están. Aunque algunos ya han pasado el virus dichoso, ha sido sin consecuencias. Pero las noticias de hospitales colapsados, morgues improvisadas para hacerse cargo de tantos fallecidos y el IFEMA de infausto recuerdo para nosotros nos asaltan. Llenan los informativos de imágenes horrendas que resuenan en nuestros corazones demasiado dolorosamente.
La primavera, sin embargo, sigue incansable, mandándonos su lección de vitalidad renovada y cíclica. La camelia es un alarde de muchísimas flores a la puerta de nuestra casa. Las hojas nuevas de los árboles llenan los dos jardines de colores rojos y verdes. Y en el porche los brotes de las orquídeas prometen florecimientos blancos y rosados.
Pienso en ti, hijo. Dónde andarás, qué estarás haciendo, si volveré a verte allí, donde ahora vives, a sentirte aquí, donde ahora estamos tan tristes, si todo esto no es más que un sueño.
Pienso en ti, te llamo, te quiero, te añoro. Te mando los miles de abrazos que no pude darte y que ahora, que tampoco puedo dárselos a tu hermano, me resultan aún más necesarios. Contigo por carta, con él solo por teléfono, a los dos os echo en falta y os quiero. Mis dos niños, ya hombres. Cada uno en un universo diferente, pero unidos por este amor que no se acaba.
Mándanos un poco de esperanza, por favor, Rodrigo. Échanos una mano. No dejes de velar por nosotros.