19 de diciembre de 2020

Buenos días, Rodrigo. Qué cerquita están ya las fiestas navideñas y qué extrañas resultan en este contexto de coronavirus y restricciones.

Desde que faltas tú todo se ha teñido de inconsistencia, pero parecíamos ir recobrando cierta normalidad con el paso del tiempo. Intentábamos que nos arropara la rutina amable de lo cotidiano, y mucho más en estas fechas, cuando las sillas vacías, la tuya especialmente, duelen tanto. Este 2020, en que toda la humanidad está de luto, se multiplica la pena. Y el miedo.

Este año, la alegría impostada no funciona. Hasta los del turrón que vuelve por Navidad han decidido que no es de buen gusto repetir el estribillo que nos ha acompañado durante décadas. Porque son miles los que no podrán hacerlo.

Papá y yo seguimos bien. Vemos a tu hermano una vez a la semana, y con mascarilla siempre. Cenaremos con él la Nochebuena. Y quizá se nos sume B a comer el día de Navidad. Si estuvieras, ¿podríamos vernos? ¿Cómo nos afectarían las restricciones? Solo puedo imaginarte, hijo. Ojalá te acerques a casa, ojalá visites nuestras humildes celebraciones. Y nuestros sueños.

Te queremos mucho, hijo, Rodrigo, Rodrigoso, de los abrazos de oso. Te esperamos.

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