
Otro sábado más estoy aquí redactando las líneas que unen nuestros dos mundos. Poco nuevo tengo que contarte, pero no dejo de escribirte. No quiero romper la conexión. Buenos días, cariño. Espero que todo te vaya bien.
Aquí andamos en fase de vacunas. La primera fue B, que recibió una dosis por empleada sanitaria, luego me llamaron a mí y hace unos días a Papá. Las segundas dosis ya veremos cómo y cuándo llegan. Supuestamente, en diez o doce semanas nos citarán de nuevo para las nuestras. No se sabe qué van a hacer con las de los trabajadores esenciales, de los compañeros de B o de los míos, además de otros muchos como policías o fuerzas de seguridad. Ahora que todo se va calmando no parece haber tanto interés. Supongo que lo harán ya por sus rangos de edad. Quizá para fines de agosto también incluyan a los de vuestros años y les toque a tu hermano y tus amigos.
Hace calor, se ha acabado el estado de alarma y la gente se echó a las calles como si todo hubiese concluido completamente. Ya no quieren pandemia. Están hartos. Como si su fatiga sirviese para acabar con el virus de un solo golpe. Hacen fiestas, llenan las calles y las playas. Se lanzan a terrazas y centros comerciales, sin distancias, incluso sin mascarillas.
Nosotros evitamos las multitudes, pero ayer mismo nos cruzamos con tres jóvenes sin mascarillas en nuestros paseo por el parque. Como si el virus hubiera desaparecido. Ojalá las vacunas sean contrapeso suficiente a este descontrol popular.
Esta tarde veremos a tu hermano. En exteriores. No dejes de cuidarle, de cuidarlos a B y a él, de velar por nosotros. Ay, cariño, ya sabes que te queremos. Te echo mucho en falta. Te mando miles de risas y libros, pelis y juegos. Y millones de abrazos de oso apretados y dulces, desde casita, de los nuestros.
Nos leemos pronto. Con todo nuestro amor: Mamá y Papá.