
Querido hijo, aquí me tienes, ha pasado otra semana anodina más. Suben las temperaturas, se anuncia el calor, la gente se lanza a salir a la sierra, a las playas, a las costumbres de antes con ansia. Papá y yo, por contra, seguimos medio confinados. No nos tienta la locura general.
En un par de días será tu cumpleaños. Harás treinta y ocho de cómputo numérico, y nosotros viviremos la tristeza de dieciocho sin tu compañía.
No sé para qué hago estas cuentas tristes, que duelen tanto. Los noventa de mi madre de anteayer y los tuyos de pasado mañana. Parece que no me queda otra cosa contigo ya más que recordarte, hijo. Bien que me duele, pero es lo único que tengo. Por eso no renuncio a ti, ni me conformo. Rebelde hasta el final, hasta que me salgas al encuentro y nos demos ese abrazo que se nos quedó pendiente.
Son las cinco y media. Me he despertado demasiado pronto hoy. Todavía es de noche. En esta oscuridad silenciosa te escribo con el móvil. Porque te quiero mucho. Porque voy a seguir hablándote aunque haya poquitas novedades que decir.
Vuela alto, Rodrigo. Cuídate mucho, sé feliz. Hasta pronto. Con besos, risas y libros, con enorme amor te abraza: Mamá.