Agosto

Es muy temprano. Todavía no ha amanecido. Las ventanas abiertas traen hasta mí los ruidos habituales. Tú eres, Rodrigo, mi prioridad cada mañana de sábado. Buenos días, hijo. Pienso en ti.

Se me hace dura esta vida con tu ausencia. Te echo en falta. Me enfado. Me angustio. Desespero. Y vuelta a empezar.

Vivimos ya treinta años en esta casa. Más de la mitad bregando con tu habitación, tu silla y tu cama vacías. Es odioso constatar que no estás. Y que no vas a volver. Y que llevamos diecisiete años y cinco meses de esta tortura injusta. Y que es una condena para siempre.

Simplemente te escribo, te llamo, mantengo abierta la conexión entre los dos. No pude evitar que te arrancaran de nuestro lado, pero sigo buscándote. No renuncio, no me acostumbro, no me resigno. Tú, por favor, hijo, sigue enviándonos instrucciones para resistir.

Abrazos de oso. Te queremos los tres: Papá, Mamá y Gonzalo.

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.