2 de octubre

Buenos días, Rodrigo.

He cambiado la costumbre de escribirte apenas me despierto, tecleando en el móvil, como hacía los últimos años. Por eso hoy es más tarde y te hablo desde la buhardilla, sentada a la mesa de mi PC, tú ya sabes dónde porque todo sigue en el mismo sitio que antes, cuando andabas por aquí.

Hoy cumple mi hermana, parece que por fin terminan la obra en la casa de G y se ha instalado el otoño sin paliativos, hermoso como siempre lo son en esta ciudad. Pienso en ti.

En tu risa, que se quedó pegada a las escaleras; en tus habitación, tus libros y esa cama que nos recuerda que fuiste, viviste, exististe una vez y fuimos felices juntos. A ratos. Como es la verdadera felicidad.

A la casa de tus amigos E y N acaba de llegar H. Supongo que lo has conocido al Otro lado. Para la de K y J está otro en camino. Y nos ilusionan como si fuesen tuyos. Pero hazte notar, cariño. A veces es insoportable que no estés.

Veo mal. Por eso ya no te escribo con el móvil. Dice el doc que tengo cataratas. Anda, como mi abuelo y como mi madre. Genes. Qué le voy a hacer. Eso se opera rápido, me dicen. Y fácil. Y bien. De modo parecido a la miopía que una vez pensamos para ti y era innecesaria para mis pocas dioptrías. Ya ves. Al final, me toca.

No dejes de ser feliz, hijo. No te olvides de mandarnos pistas para encontrarte. Vuela alto. Te queremos. Te quiero. Muchos besos, risas, libros y árboles rojos de otoño. Te abraza con todas sus fuerzas: Mamá.

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