
Ya nos quedan pocos días con tu hermano en casa. La suya está casi a punto. Han sido unas semanas dulces, un regalo amable de esta vida malvada que a veces nos cura las heridas con sus propios y sorprendentes ungüentos.
Por lo demás, sigue el otoño con su melancolía característica y nos tomamos unos pocos, escasísimos, días de descanso.
Poco más puedo contarte, Rodrigo. Que te añoramos y que ojalá no se te hubieran llevado de aquí sigue martillando en mi cabeza, pero no quisiera ser una pesada que te repite lo de siempre y que te agobia diciéndote cosas que tú no puedes cambiar.
Ahora bien, escribirte que te quiero no me lo quita nadie, hijo.
Mil abrazos de oso. Te espero en un sueño.