11 de octubre de 2021

Hola, hijo, aquí me tienes de nuevo, procurando no olvidarme de nuestros onces.

Desde la casa de tu hermano, te escribo estas líneas con el móvil. He venido para echar un ojo a los técnicos de la nueva cocina. Es mi manera de ayudar mientras G y B cumplen sus obligaciones laborales. Aunque quien verdaderamente se lo está currando todo es papá. Qué majo es.

Así que, como te cuento, los dos han regresado a su casa. Aún no está toda al cien por cien y siguen surgiendo pequeños inconvenientes, pero la obra, por fin, está finiquitada.

Una alegría y, a la vez, un poquito de pena. Porque con su marcha nuestra casita se ha vuelto muy, muy silenciosa. Y han brotado sensaciones de vacío físico y emocional demasiado conocidas.

Creía tener asumido que cada nueva pena puede hacer revivir la de tu muerte. Pero ha vuelto a pasar y el dolor me ha pillado desprevenida. Está claro que conocer el mecanismo no evita que suceda una y otra vez.

Por eso solo me queda no rendirme. Sigo viviendo, sufriendo y queriéndote, Rodrigo. Tú vuela alto y ven a vernos pronto. Hasta el próximo sueño. Millones de besos. Te abraza fuerte: Mamá.

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