
Hola, hijo, aquí me tienes de nuevo, procurando no olvidarme de nuestros onces.
Desde la casa de tu hermano, te escribo estas líneas con el móvil. He venido para echar un ojo a los técnicos de la nueva cocina. Es mi manera de ayudar mientras G y B cumplen sus obligaciones laborales. Aunque quien verdaderamente se lo está currando todo es papá. Qué majo es.
Así que, como te cuento, los dos han regresado a su casa. Aún no está toda al cien por cien y siguen surgiendo pequeños inconvenientes, pero la obra, por fin, está finiquitada.
Una alegría y, a la vez, un poquito de pena. Porque con su marcha nuestra casita se ha vuelto muy, muy silenciosa. Y han brotado sensaciones de vacío físico y emocional demasiado conocidas.
Creía tener asumido que cada nueva pena puede hacer revivir la de tu muerte. Pero ha vuelto a pasar y el dolor me ha pillado desprevenida. Está claro que conocer el mecanismo no evita que suceda una y otra vez.
Por eso solo me queda no rendirme. Sigo viviendo, sufriendo y queriéndote, Rodrigo. Tú vuela alto y ven a vernos pronto. Hasta el próximo sueño. Millones de besos. Te abraza fuerte: Mamá.