
Buenos días, hijo. ¿Cómo estás? Aquí sigue el calor. Ahora mismo, a las siete de la mañana y en la buhardilla, el ambiente es sofocante. No sopla ni un poquito de brisa. No refresca. Vivimos un verano tórrido, saliendo poco a la calle, menos mal que romperemos esta ardiente rutina dentro de poco.
En una semana celebraremos con tu hermano y su mujer nuestro 40 aniversario de boda. Contigo llegamos al vigésimo, pero el 25 ya lo celebramos sin ti. Bueno, decir «celebramos» es una figura retórica: lo tuvimos en cuenta, hicimos un viaje, pero entonces tu ausencia dolía tanto…
Eso es lo que te puedo contar de ahora, que ya no duele tantísimo, que te echamos en falta pero el hueco en el corazón que todavía tenemos, que tendremos siempre, ya no nos impide respirar.
Papá y yo envejecemos. Se nos nota poco aún, pero ese es el camino. Vamos juntitos, de la mano, en tu busca. Sin dejar de cuidar de tu hermano mientras estamos aquí, por supuesto.
A veces pierdo la esperanza de volverte a encontrar.
Pero aquí sigo. Porque es la única forma que conozco de no perderte la pista.
Que volvamos a vernos, Rodrigo. Espéranos.