Era un martes fresco de primavera y fui vestida de manga larga al hospital. El viernes, cuando nos dieron el alta y nos mandaron a casa se había instalado un calor veraniego como el de estos días actuales.
Rodrigo, hijo, pienso en ti con melancolía en lo que debería haber sido tu trigésimo cuarto cumpleaños.
Todavía me asaltan la rabia, la tristeza, el vacío y la desdicha. Nunca estoy ni estaré curada del espanto de tu marcha injusta y repentina.
En este día de tu cumpleaños te pienso, te busco, te quiero.
Nunca dejes de enviarnos señales para el reencuentro.