Qué lejos andas, hijo. Cuánto tiempo ha transcurrido ya desde los dulces y fríos noviembres contigo, cuando hacíamos cálculos para las fiestas navideñas, y hasta nevaba. Todo ha cambiado, incluso el clima no es el mismo.
Os echo de menos a tu hermano y a ti. Añoro la vida sencilla e inocente de entonces. Luego comprendo que la de ahora es la que toca y que tengo que vivirla con consciencia.
A tu hermano le veré esta tarde, y lo cierto es que hablamos a menudo. A ti te llamo desde lo más hondo de mi corazón, que es el único sistema que tengo para comunicarme contigo.
Te quiero muchísimo, Rodrigo. No renuncio a nuestras charlas. Aunque a veces me sienta poco empática, aunque me asuste que estés tan lejos; aun teniendo miedo de haber perdido la conexión.
El jardín tiene un verde nuevo en la pradera, los árboles están ya casi desnudos, la camelia del macetón luce sus primeras flores… Desde casa te hago señas Rodrigo. ¿Nos sientes, cariño? ¿Puedes echarnos un vistazo? Nunca te olvidamos, ¿y tú? Haznos señas de complicidad, déjanos oír tu risa.