Escribirte cada semana me da una perspectiva temporal diferente del cómputo del tiempo, Rodrigo. En esta segunda parte de mi vida, en la que tú no estás, fluyen los días a trompicones. Unas veces con agilidad aterradora, otras con morosidad agobiante. Nunca me acostumbro del todo a esas oscilaciones. Quizás porque, como al hecho de tu ausencia, no quiero acostumbrarme.
De nuevo vivo estos días de vorágine de final de trimestre. Ya apenas me inmutan. Luego pienso que pueden ser los penúltimos, que mis rutinas vitales podrían cambiar en breve. Y lo conocido y tantas veces descrito adquiere un nuevo valor. Y reflexiono sobre ello.
Todo cambia. Ta panta rei, que decían los griegos. Es lo único cierto.
Entre certidumbres y rutinas que me arropan y novedades a la vuelta de la esquina, como siempre, te llamo, te añoro y te quiero, hijo. Vuela alto, pero no dejes de mirarnos. Espéranos.