Me acerqué un momento a vuestra sepultura con un detalle floral. Leí el nombre del abuelo: Feliz Navidad, papá -le dije. Y luego el de mi madre. Después el tuyo, Rodrigo. Finalmente, el del tío Carlos. En orden inverso os pensaba y leía, de abajo a arriba, mientras dejaba la pequeña maceta y recolocaba las hojas rojas de la planta con cuidado y cariño.
Han pasado muchos años, podría parecer que la serenidad es ya siempre mi compañera. Pero me rompí. La emoción me impedía hablar, las lágrimas brotaban por su cuenta y tuve que irme a llorar al coche.
Solo eso hijo. Que os quiero. Que vuestras sillas vacías duelen. Que nunca os olvidamos.
Nos volveremos a encontrar.