Desde el martes estamos acompañando a nuestra Ela. En el hospital, ingresada en la sección de maternidad, convivimos con los cambiadores y dibus que adornan los pasillos. Así estamos dulcemente arrullados por los lloros de los recién nacidos, en un entorno optimista que nos permite serlo también en cuanto a su recuperación.
Envuelta en esta atmósfera, pienso en ti y me invade una cierta nostalgia de vuestra niñez. Cuánto tiempo desde que eras tú el que vino al mundo. O tu hermano. Parece una eternidad. Es que treinta y cinco años son mucho ya.
En fin, he pedido tres días de permiso, aunque la sensación temporal se me ha vuelto loca y me cuesta saber si es lunes o miércoles. Emocionalmente parece que llevamos aquí mucho más tiempo. Pero, bueno, ya sabes, papá y yo intentamos estar siempre juntos. De esa manera nos apoyamos y hacemos más eficazmente cuanto podemos.
Que no es mucho, tengo que reconocerlo. Porque la tía E, como la enfermera que es, lo tiene todo controlado y se encarga de las noches. A su lado y por comparación somos solo unos pardillos aficionados, pero el que hace lo que puede no está obligado a más. Así que somos el equipo de día permanente.
Te echo en falta, cariño. Aunque reparto abrazos de oso de los tuyos y te nombro alguna que otra vez, se nota tu ausencia. Ojalá estuvieras aquí. Te quiero. Nunca te olvido.