A cinco meses del décimo quinto aniversario constato que sí cuenta el paso del tiempo, que no todo es como en los primeros días, meses, años de duelo.
Hijo querido, antes el dolor era continuo y la búsqueda de consuelo también. Ahora me muevo entre cierta melancolía y el recuerdo áspero, asintomático, sin término medio. Y añoro lo que a veces, en momentos gloriosos, acariciaba mi alma; sin tener en cuenta que iba de la mano de un sufrimiento que, menos mal, ya no tengo.
Es cierto, Rodrigo, que ya no disfruto de la magia de tu presencia sutil. Las señales que nos haces se han vuelto mucho más esporádicas y mucho menos significativas. Y la llamita de la esperanza, por ello, vacila azotada por los vientos de la duda y del miedo.
Miro al cielo, sin embargo, y me emociono con el brillo de la luna llena, las estrellas o unas nubes rosadas con carmín. La naturaleza sigue estando siempre cargada de transcendencia.
Otras veces, sin embargo, sin buscar ningún alivio, surgen tus números significativos en lugares aparentemente anodinos: los de una cita médica, el turno de una compra o un código cualquiera en Internet. Y me sorprende su acierto.
Entonces quiero entender que todavía tienes la paciencia de echarnos un vistazo y consolarnos. Y recibo un soplo de energía tuya, muy delicado pero certero, para seguir viviendo sin ti.
Muchas gracias, cariño.