Ayer fuimos de nuevo a un concierto de tu hermano. Soplaba un aire gélido, nos perdimos un par de veces y no solemos trasnochar, pero disfrutamos de la velada rockandrolera. Hasta tuvimos suerte y aparcamos muy cerca.
Solo faltabas tú, hijo. Siempre se nota tu ausencia. A veces, también, y anoche sucedió así, sentimos alguna señal tuya. Suele ser muy sutiles y no las sé explicar, pero animan mi pobre corazón. Y te las agradezco mucho, Rodrigo.
Luego, con el paso de las horas, se difumina la sorpresa y me saben a poco. Porque yo lo que quiero es abrazarte, y que me cuentes, y seguir tus pasos, como cualquier otra madre. Y esto, tan sencillo, se me ha negado. ¿Por qué? Es injusto, injusto e inhumano.
Qué duro es esto de vivir sin ti.