Buenos días ventosos, de nuevo te saludo hijo. Esta semana se me ha pasado veloz como un sueño, qué extraño me parece todo…
Comprendo que son los últimos días y me cuesta vivirlos. Seis u ocho sesiones más con los alumnos pequeños, pues los de bachillerato ya terminaron, y se acabó el curso. Junio es solo de repaso y recuperación con menos estudiantes todavía. Después de treinta y ocho años docentes, me voy. Y tú sigues sin venir a verme, Rodrigo. Te esperé junto a la ventana, pero no regresaste a casa.
Ya he fijado la fecha para la despedida y hasta he apalabrado una actividad con Nacho Soriano: un par de horas en un scriptorium medieval. No soy mucho de ir a comer a un restaurante, mejor una celebración en nuestro insti, con mis compañeros. Ando mirando un servicio de catering cercano y ambas cosas se van a centrar en el día 27 de junio. En esa mañana. Ay.
Toda la vida en un entorno escolar: primero, como alumna (de los seis a los veintidós) y luego como profe, ¿qué voy a hacer ahora? Tengo muchas ideas en la cabeza y muchos sueños que cumplir aún, pero el vértigo vuelve a asaltarme según se acerca del momento. Y como siempre sucede en los cambios, noto enormemente tu ausencia.
A tu hermano lo vemos a menudo, casi cada semana. Y nos mantenemos en contacto por WhatsApp en cuanto se nos ocurre algo, pero tú, cariño, tú andas tan lejos, tan ausente… Te añoro demasiado para no llorar cuando te pienso.
Buenos días ventosos, hijo, vuela alto y visita nuestros sueños. Por favor.