7 de septiembre

Buenos días preotoñales, Rodrigo, te saludo desde esta casa que compartimos hace ya tanto tiempo pero que todavía te echa en falta.

Hoy, sábado como casi siempre, es también el aniversario del tío Carlos, tu única experiencia con la pérdida de un ser querido. Le seguías añorando poco antes de que saliera a buscarte. Tu nombre está escrito junto al suyo en la lápida familiar. Quién iba a adivinar que tú serias el siguiente…

Estos días voy a trompicones, entre el miedo y la alegría, el desánimo y las ganas de hacer cosas. Supongo que tardaré en recobrar la serenidad de la rutina vital. El miércoles, en un acto de la Aso, conocimos a otra superviviente de Atocha, de Getafe, en tu andén. Nos contó sus miedos desde entonces y fue un rato emotivo. Pero, ay, por qué tú no saliste corriendo como ella, cariño, por qué tú no.

Lloro de nuevo. Nunca me acostumbro a tu ausencia. Ojalá pudiera darte los miles de besos y abrazos que se me quedaron pendientes. Ojalá oyera de nuevo tu voz, y tu risa.

Desde aquí te hago señas, hijo. No te olvidamos. Ven a vernos al mundo intermedio de los sueños.

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