19 de octubre de 2019

Buenos días de otoño, lluviosos y grises, Rodrigo, ¿cómo estás? A veces siento que no andas demasiado lejos y que me envías señales de esperanza, otras, sin embargo, me parece que estás en un universo muy remoto y me asalta la duda de que podamos volver a encontrarnos. Te echo de menos siempre, y te llamo, y te pienso.

Últimamente me enfado más, supongo que porque tengo más tiempo, pero también porque he vuelto a viajar en transporte público. Cuando compruebo cuántos miles de personas nos movemos por la ciudad sin que nos pase nada tan terrible como te sucedió a ti, me indigno. Qué mala suerte la nuestra, cariño, que estuvieras en el lugar equivocado a la maldita mala hora en que te mataron.

Es complicado seguir sin ti, con un miedo siempre latente, sufriendo por tu hermano y por papá, con este estrés postraumático subterráneo que asoma demasiado a menudo. Por favor, hijo, tú vuela a tu aire en tu mundo y sé feliz. Pero no nos olvides.

Te seguimos echando en falta. Tu voz, tu risa, tus historias, los libros que leías y contabas con tanta pasión, los juegos, la música, el sonido del teclado de tu PC, rapidísimo, los pasos a grandes trancos, el brillo de tus ojos… Y no hay nada que llene el vacío que dejaste.

Te mando montones de abrazos, Rodrigo, con hojas de tu árbol, viajes, charlas y carcajadas. Aquí siempre te esperamos. Y te queremos.

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