
Hoy no sé qué decirte, Rodrigo. Me debato entre comentar contigo el deterioro rápido de tu tío J, pedirte que lo acompañes en el camino al mundo que ahora te acoge o abandonarme a la desesperanza.
Me cuesta mucho, más que nunca, sentir tu compañía. Me digo que estas sensaciones de miedo suelen ir y venir ir por rachas, que volverán tiempos mejores. Pero aquí estoy, sufriendo, y cuando el dolor de la noche oscura ataca, poco se puede hacer.
Ayúdame a mantener una llamita prendida, cariño. Porque luego, con esa luz y ese calorcito templaremos. Nunca te olvidamos, hijo. No dejes de velar por nosotros.