
Hola, cariño, buenos días de sábado tempranero, como siempre. Este es otro fin de semana invernal que pasaremos juntos papá y yo. Es una suerte que disfrutamos con consciencia, porque sabemos de sobra que todo puede cambiar en un instante.
Además contamos con la visita anunciada de tu hermano para el domingo. Qué bien. Es una alegría que viva cerca, propicia la posibilidad de vernos a menudo.
Y ahí es donde se nota dolorosamente que nos faltas tú. Ay si estuvieras aquí, cuánto te echamos en falta. En estos tiempos prenavideños todavía más. Y tras la muerte de tu tío y la soledad de Ela ya ni te cuento. Ufffffff, qué difícil se nos hace todo.
Por si fuera poco que añadir a mi cambio laboral, lo sucedido acentúa mis sensaciones de extrañeza y multiplica exponencialmente el vacío que nos dejaste. Ojalá pudiera compartir contigo mis circunstancias nuevas, como hago con papá y con G. Esas de jubilauta escribidora, entre otras. Ay qué dirías, harías, comentarías… Solo puedo usar condicionales, imaginarte. Ay.
Sé que me acompañas a tu modo, el que puedes, claro. Te sentí cercano ayer mismo, cuando volvía a casa en el metro. Me pareció que me anticipabas anuncios sobre mi nuevo manuscrito, y al poco se confirmaron como auténticos. Jo, qué fuerte. No es la primera vez que sucede, pero siempre me impacta. Te lo agradezco mucho, Rodrigo.
Gracias por estar pendiente y por cuidarnos. Gracias por dejarnos mapas y señales. Caminamos juntos los tres, siempre en tu busca. Te queremos. No te olvidamos y tú tampoco nos olvidas. Volveremos a abrazarnos los cuatro. Seguro.