
Seguimos sin ti, Rodrigo. A esta ausencia tuya no nos acostumbramos aunque ya no nos parezca que vas a entrar en cualquier momento, como sucedía antes, al principio, en los primeros tiempos. Tu hermano es un hijo maravilloso, que intenta colmar tu espacio para que no nos sintamos solos, pero él también te echa en falta.
Esta cena de hoy, con una nueva silla vacía, nos ha mostrado otra versión de las despedidas. Tu tío se ha ido en cuatro meses. Tu abuela lo hizo en siete, Elo en un año, Lalo en una semana y tú en un instante maldito y fugaz. Así os habéis ido despidiendo y algo parecido nos espera a todos y cada uno de los que quedamos. Porque ya tenemos un poco de todo. Me refiero a la casuística. Sobre ella digo, escribo, reflexiono existencialmente.
Uno a uno cada cual debe despedirse de los que ama. O bien porque se marchan, o bien porque el que debe irse es uno mismo. No hay excepción ni excusa para esta regla. Se nos olvida, no queremos ser conscientes, ni pensarlo siquiera, pero es lo que hay. Son las normas de este universo, aunque tendamos a querer creer que todo se hará convenientemente y por orden cronológico y no es así.
Nochebuena en casa de Ela. Navidad con tu tía y tus primos. Cada vez menos numerosos. En declive hasta que llegue la siguiente generación. Contigo siempre, hijo.