Primer sábado de 2020

Hola, hijo, buenos días. Había perdido la noción del calendario después de los últimos compromisos navideños y de un viernes en urgencias con Ela. Son las ocho, te escribo como todos los sábados desde hace ya más tiempo del que quiero reconocer.

Dieciséis navidades con tu silla vacía se hacen difíciles de soportar. A dos meses de un nuevo aniversario, siento como un sueño la vida pasada, esa que compartí contigo. Lo curioso es que también el presente de tu ausencia dolorosa se muestra huidizo, irreal y ajeno.

Soñé con tu tío y con Elo. Tengo un recuerdo desvaído de haberlos visto en la casa, en el hall, por un momento. Quizás eso significa que cuidan de Ela, que la acompañan.

Nuestras vidas estas últimas semanas, desde la muerte de tu tío, siguen raras, no han alcanzado la normalidad. Y que Ela se fracture una costilla no ayuda a volver a la calma. Supongo que tardaremos en recobrar la rutina que arropa el corazón.

En todas circunstancias, sin embargo, te echamos de menos, Rodrigo. Te pensamos, llamamos y tenemos en cuenta. Aquí tienes tu casa y tu sitio, cariño. Tu familia nunca te olvida. Siempre cuatro, te mandamos abrazos y besos. Te queremos.

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