
Qué vértigo escribir la fecha de hoy en tu bitácora, Rodrigo. Resulta rarísimo constatar que quedan dos meses para el aniversario décimo sexto de tu muerte injusta y dolorosa. Es excesivo el tiempo ya sin tu compañía, hijo querido. Nunca termino de asimilar tu silla vacía, tu cama siempre hecha, los libros de tu estantería huérfanos de ti.
Esa es la sensación que siempre me invade el alma, da igual que pasen los días, las semanas, los meses y los años: irrealidad. Pero cómo es posible que no estés, que no vengas, que no llames, que no hables, que no rías, que no hayas formado tu propia familia, que no exista ningún niño o niña que te llame papá y a nosotros abuelos.
Terminamos la segunda década de este siglo que empezamos contigo, juntos, animosos y optimistas, pensando en los mil retos que se os ofrecían a tu hermano y a ti. Pero tú ni siquiera llegaste a la mitad de la primera. Contigo se nos truncó también a nosotros el futuro.
Seguimos camino por dignidad elemental, pero ya nunca más nos hemos creído el guión de esta película. Vamos con tu hermano, papá y yo. Nos ayudamos, nos queremos, nos acompañamos. Pero siempre te echamos en falta.
Por favor, cariño, no nos olvides. Échanos un vistazo, no dejes de mirarnos, de velar por nosotros. Visita nuestros sueños, alimenta nuestra llamita de esperanza, cobija esta pena amarga, Rodrigo, de vivir sin ti.