
Ayer volvió papá al trabajo, después de agotar todos los días de vacaciones que no disfrutamos antes por las circunstancias de tu tío J. Hoy todavía me ronda la misma sensación de irrealidad que no me abandona desde que me jubilé. Te escribo, Rodrigo, como siempre, como cada sábado, y aun eso me resulta extraño. Está claro que es un problema mío de percepciones. No sé cómo se resolverá. Llevo tiempo dejándolo fluir, pero ahí sigue.
Tu hermano y B están de fin de semana, aprovechando los pocos que pueden disfrutar juntos al completo. No es la mejor época (hay previsiones de lluvia y hasta de nieve del domingo al lunes) pero carpe diem.
Te recuerdo en algunos nevazos de vuestra infancia: con gorro de lana y muchas risas, en esta casa; o emocionadísimo y muy pequeño, en la primera, cuando descubriste «lo divertida que era la nieve», como tú mismo decías. Y hasta en estas añoranzas positivas siento un pellizco de dolor porque no estás.
Camino de los dieciséis años sin ti te mando abrazos, besos, risas, juegos, vídeos, canciones, libros, consolas, bailes, excursiones, comidas, viajes, ordenadores, charlas, disfraces y chistes. Todo lo que quisiera haber compartido contigo.
Para no quedarme con la frustración de no haberlo hecho, lo intento a nuestra manera. Y, como siempre te digo y te repito, hay que ver lo pesada que soy, te quiero.