
Desde el silencio de una mañana lluviosa y oscura tecleo tu nombre, Rodrigo, y pienso en ti, como todos los sábados.
No me olvido de esta cita nuestra, nunca, cariño. Mi pequeña oportunidad de charlar contigo, hijo, que me he buscado tirando de ánimo y de esperanza. A la que no renuncio.
Te sigo echando de menos tantísimo… Ojalá pudiera traerte de vuelta, darte un abrazo y escuchar tu voz. Ojalá llamases contando tus cosas, como hace tu hermano, y pudieras haberte unido a nuestras risas de ayer.
Lloro sabiéndote lejos. Aunque luego me llega la certeza de que en ese momento divertido tú también estabas y reías con nosotros. Y te quiero más que nunca por haberte sumado a la fiesta.