1 de febrero de 2020


Me asalta la fecha de un nuevo mes sin ti. Llegan a mi consciencia retazos de tu último febrero, de lo contento que estabas por haber terminado los cuatrimestrales, tu novia reciente y un futuro que parecía prometedor.

Te escribo dieciséis febreros más tarde, demasiado tiempo sin tu compañía, Rodrigo, hijo querido y añorado. Lloro y te echo de menos.

No puedo superar la sensación de ausencia injusta. Aunque llevo dieciséis años quejándome, no pude firmar en el Libro de Reclamaciones. Hoy es uno de esos días en los que gana la desesperanza.

Pero te escribo. Y te cuento lo que me pasa. Y no olvido decirte que te quiero. Aprendí a sobrellevar así los días malos, dejando que fluyan. Volverán otros más dulces en los que tu recuerdo no sea tan doloroso.

Mientras tanto, cariño, prométeme que serás feliz. Vuela alto, Rodrigo. Vuela. Te envío toneladas de abrazos y cariños desde esta casita nuestra. Si puedes, ven. Por favor. Hasta prontito.

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