
Buenos días invernales, hijo querido. A tres semanas de la fecha fatídica los prunos que rodean nuestra casa han despertado y comienzan a florecer. Sus ramas son todavía un atisbo, unas pequeñas y discretas lucecitas rosadas. Pero serán pétalos, y olor, y lluvia de sensaciones de renacimiento.
Entre altibajos de estrés y serenidad, de nostalgia y de agradecimiento por haberte conocido, te escribo este nuevo sábado. No importa el tiempo que haya pasado, Rodrigo. Quiero creer que como tu hermano, no andas lejos, y nos llamas para contarnos cosas, o te acercas para darnos un abrazo.
El asunto es que, dada tu actual naturaleza sutil, no siempre nos damos cuenta.
Porfa, cariño, haz sonar tus cascabeles de estrellas.