Octava semana

Anoto la fecha con incredulidad. Es difícil creer cuánto tiempo llevamos confinados, mientras escribo mi primer saludo de hoy para ti: buenos días, hijo.

Los sábados tú eres mi pensamiento inicial y escribirte aquí, también. Este es nuestro lugar para encontrarnos, el humilde rinconcito donde hace dieciséis años y dos meses te echo de menos y te hablo.

Vamos camino de los diecisiete. Casi es ya el mismo tiempo que nos acompañaste, Rodrigo. Me asalta el vértigo de un pasado que no puedo recuperar. No ayudan demasiado el futuro incierto y este presente enajenante de los últimos meses.

Quedan pocas semanas de este curso, seis o siete. Me ha resultado muy extraño, sin mis obligaciones docentes, y más aún con tantos sucesos inesperados. Hace también mucho tiempo que tu hermano no vive con nosotros. Os añoro a los dos con toda mi alma.

Y me pregunto si volveremos a encontrarnos, cariño. Se me hace larga la espera y pierdo los hitos del camino que lleva hasta ti. Me debato entre el miedo y la confianza. Y termino llorando de nuevo tu ausencia repentina, el cómo te nos arrancaron de aquí, el adiós cotidiano de una mañana que parecía como otra cualquiera y resultó definitiva.

Te mando todo mi amor desde casa. Con la primavera llenándonos de flores, de brotes reverdecidos, de renacimiento vital. No nos olvides, que nosotros tampoco te olvidamos.

Siento que no soy capaz de escribir cosas más emocionales, que sigo en fase roma. He aprendido a fluir con mis altibajos. A aceptarlos, a seguir adelante, a que no me condicionen. Y en ese ejercicio te abrazo con todas mis fuerzas. Dame tú uno de tus abrazos de oso, de esos que me dejaban la espalda hecha fosfatina, pero el alma feliz.

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.