Finales de mayo

Hola, cariño, buenos días. No sé qué decirte hoy, he dormido poco, hace calor y mi mente está espesa.

El pruno de delante agita sus ramas, zurea en él una paloma y otra le contesta a lo lejos. Chisporrotean a ratos algunos verdecillos. Pienso en ti, en tu cumpleaños, en lo que no has vivido, en tu ausencia dolorosa y larga. Y no quiero ponerme triste. Espero que estés bien, Rodrigo.

Ela se cayó en su casa hace dos días y se ha ha roto el brazo derecho. En estos seis meses, desde que se os unió el tío J, lleva ya dos accidentes domésticos de similares características. Échale un vistazo, hijo. Nosotros también estamos en ello.

Nunca se sabe lo que está por venir. Suceden las cosas cuando menos lo esperamos. En los últimos meses la enfermedad de Ela, la de J y su muerte casi inmediata, Ela y su costilla fisurada, una pandemia mundial que nos ha encerrado a todos en casa, y ahora, a punto de una supuesta nueva normalidad, un brazo roto y sus consecuencias.

De un día para otro, la vida cambia, o la muerte nos sale al encuentro, o la enfermedad, o la ruina, o el desempleo, o la traición o la ruptura. Es una ruleta vital que reparte a todos.

Así se te llevaron a ti, hijo. Sin anuncios ni preámbulos. Tú siempre me dueles, Rodrigo. Regreso siempre a tu ausencia, a lo que te robaron y, contigo, a nosotros también.

Últimamente las cosas que planeamos no superan a las que nos suceden por su cuenta. Solo encuentro la boda de tu hermano y su casita, mi jubilación, y algún viaje. Incluso la suerte de que se publicara tu libro, cariño, fue más bien un milagro desde tu mundo que un éxito mío en este.

En fin, hijo. Aquí seguimos, en esta vida extraña y loca, resolviendo lo que nos llega como mejor podemos. Echándote en falta siempre.

No dejes de volar alto. Volveremos a abrazarnos. Te queremos.

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