
Hoy es once. Siento siempre que nos reúnen nuestros onces. Luego te hago las cuentas y me salen dieciséis años y tres meses, que son el largo y doloroso tiempo que llevamos sin ti.
Es demasiado para seguir mirando atrás. Lo que compartimos en aquel pasado cada vez más remoto se ha vuelto irreal, ajeno, inconsistente. Parece que no sucedió. Me hace dudar, pensar que todo pudiera haber sido un sueño. ¿Viviste con nosotros, hijo? ¿Llegaste a existir? Yo sé que estuviste aquí, pero la niebla existencial me envuelve. Y me duele perderte también en el recuerdo.
Me resisto a dejarte allí, Rodrigo, en ese pasado distante, frío, tan distinto de tu risa, tu optimismo, tus ganas de vivir, tu luz. Así que me aferro a la opción de mantenerte con nosotros en el día a día. Por eso te hablo, te escribo, te pienso, te rezo. Porque te quiero aquí, en casa, siempre cuatro, parte importante, el veinticinco por ciento, de nuestra familia feliz.
Y porque no quiero perderte la pista, cariño. Tú vuela alto y sé feliz, pero no nos olvides. Mándanos mensajes, déjanos hitos para que podamos seguirte y encontrarte.
Confiando en el reencuentro del futuro, te escribo este nuevo día once. Buenos días de jueves primaveral, Rodrigo. Que todo te sea propicio. Te queremos.