
Otro sábado más acudo a esta cita nuestra, hijo querido. Son las nueve, oigo zurear a una paloma lejana y algunas voces en la calle, parece que unos cuantos se preparan para una salida en grupo. Por fin se puede hacer algo así, después de tantos días recluidos. Pienso en ti.
Pienso en lo lejos que estás, cariño, y en lo desvaídos y neblinosos que se han vuelto los recuerdos de la vida que compartimos. Me digo a mí misma que es lo que hay, que no tengo elección, que se desdibujan las experiencias como también lo hacen tus facciones, menos mal que tenemos fotos. Y echo en falta el sonido de tu voz, que recuerdo similar a la de tu hermano y la de tu padre, con las que me consuelo de no poderte oír. Ay, Rodrigo.
No quiero escribir cosas tristes, hijo. Tú eres mucho más que la nostalgia y el vacío de tu silla, tu cama y tu habitación vacías para siempre. Te pienso y te lo digo. No te olvido. Te quiero. Espéranos.