Una mañana cualquiera de verano

Buenos días, Rodrigo. Espero que todo te vaya bien. Así parece que seguimos todos nosotros, Ela, tu hermano y su mujer, papá y yo. El coronavirus sigue rondando nuestras vidas, ahí fuera, sin vacuna, aunque parece que los médicos ya medio lo entienden y empiezan a saber cómo paliar sus peores síntomas. Nos mantenemos un poco aislados, cómodos en casita, teletrabajando, única medida de seguridad a nuestro alcance.

Esta semana ha sido la de las mil limpiezas, después de la reparación del tejado. La obra, menos mal, no duró demasiado tiempo, acabaron el lunes, pero nos llevó tres días de trabajo continuo devolver la casa a su estado previo y sacudirnos las sensaciones de invasión del espacio vital.

Te escribo temprano, como todas las semanas, sintiendo que nace un nuevo día y añorando poderlo compartir contigo. Si estuvieses aquí… Cuántas cosas en común nos hemos perdido, nos robaron aquellos locos malditos…

Vivir este presente sin ti resulta realmente arduo. Tu recuerdo en el pasado está ya muy lejos, ha perdido nitidez, se ha emborronado con una niebla que lo diluye y difumina. Lucho por mantenerte en nuestra rutina cotidiana, pero la constatación de tu ausencia es muy tozuda. Y la esperanza del reencuentro en el futuro no arropa suficiente el corazón.

Te añoro. Te echo de menos, en falta. Ojalá estuvieras aquí y pudiese oír tu voz, tu risa, tus planes, tus ideas, tus sueños…

No renuncio a tus abrazos ni a tu amor. Te espero. Ven cuando puedas. Te quiere muchísimo: Mamá.

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.