Otro sábado y otra modalidad de confinamiento

Buenos días, Rodrigo. Desde el primer fin de semana de octubre, te escribo. Hace frío, incluso ha nevado en la sierra, sopla un viento inclemente y necesitamos prendas de abrigo para nuestros paseos habituales. Estamos inmersos en una borrasca que señala la nueva estación. Supongo que después mejorarán algo las temperaturas, pero ya en las tonalidades del otoño. ¿Qué tal estás tú?

Aquí, en este mundo, la vida sigue, con sus ciclos climáticos, con sus poderosos canallas, con los compañeros sufridores. Es una espiral infinita de buenas y malas noticias en la que volvemos a pasar desapercibidos, al menos de momento. Siempre echándote en falta. Nuestra familia chiquita, qué poquitos somos. Sin ti.

Te sueño, te espero, te quiero vivo aunque lejano. Hijo querido, vuela alto. Pero no dejes de cuidarnos. Papá y yo seguimos de vacaciones, pero sin salir fuera. Nos basta con estar juntos y ver a tu hermano de vez en cuando.

Últimamente ha regresado la ansiedad, duermo mal y me angustian las llamadas extemporáneas. Fases de acorchamiento emocional, junto con otras de sensibilidad extrema, lo habitual, en oleadas más largas e impredecibles. Miedos latentes que se activan y soterran vaya usted a saber por qué razones. Así vivimos desde que nos dejaste tan solos y tan tristes.

Te queremos, hijo. Nunca te olvidamos. Volveremos a abrazarte.

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