
Son las ocho de un hermoso sábado otoñal. La luz empieza a abrirse camino. Querido Rodrigo, buenos y dulces días.
Hemos quedado con tu hermano para comer hoy y me pregunto cómo sería que vinieras tú también. Hace dieciséis años y siete meses que no compartimos estas acciones cotidianas. G lleva ya casi cinco viviendo independiente, ¿cuántos podrías llevar tú? ¿Cómo serían tu vida, tu pareja, tu familia, tu casa, tu trabajo, tus amigos?
Te echo en falta. Y cuando me pregunto cómo seríamos nosotros si no te hubieran arrancado de aquí, comprendo que tu muerte nos transformó. Creo que ahora nos preocupamos menos por nimiedades que, pobres de nosotros, creíamos asuntos imprescindibles. Ay, Rodrigo.
Nuestro presente sigue cargado de incertidumbres sanitarias y económicas. El asunto va para muy largo y tenemos que resistir. En la salud y en la serenidad. Te pido ayuda, como siempre. Por favor, no dejes de cuidarnos, hijo.
Gracias por hacernos guiños de esperanza en medio de todo este caos. Por esos «saludos desde el valhalla» tan frikis y emocionantes. Te queremos.