Se acaba noviembre

Otra vez sábado, de nuevo te escribo. Hola, hijo, buenos días, desde nuestra casita, en una mañana de frío, nubes y lluvia.

Siento que estás muy lejos y muy silencioso, que hace mucho que no sabemos nada de ti, que dieciseis años y medio de ausencia es demasiado tiempo y muy poco a la vez. Y todavía me duelen tu cuarto vacío, la ropa y los libros de tu armario y la herida de tu muerte, repentina e injusta, en el corazón. Porque ahí sigue, abierta, por el bebé, el niño, el chaval, el joven, el hombre que fuiste y que no dejaron vivir.

Hace un año de la muerte de tu tío J. Pronto será Navidad y no vamos a poder reunirnos. La misma Ela lo prefiere. Así que todo es muy raro este 2020.

En medio de tanto extrañamiento, sigo pensando en ti. Sigo escribiéndote y cuidando este hilo sutil que nos une y que nació el mismo día en que te supe de tu existencia. Al principio era tan leve y apenas probable como ahora, pero llegó a ser firme y total cuando te tuve entre mis brazos, unos meses después. A esa experiencia me aferro. Ay, Rodrigo. Espero, como entonces, un nuevo reencuentro.

Haznos señas. Visita nuestros sueños. Cuida de todos y cada uno de nosotros, por favor, cariño. Para que nos alcance la esperanza. Y para que encontremos el camino que lleva hasta ti.

Con besos, sirtakis, juegos, canciones y libros, te mando millones de abrazos. Te queremos.

Marcar el enlace permanente.

Comentarios cerrados.