
Te escribo como todos los sábados, aunque este no lo sea, Rodrigo. Es que la coincidencia de fechas nos hace revivir los traumáticos sucesos de 2004. Intento no pensarlo, pero el subconsciente le da vueltas, y en sueños vuelven las imágenes y las sensaciones: cómo te perdimos y buscamos el jueves 11, desesperadamente; la angustia indescriptible del viernes 12, cuando te hallamos en la morgue y nos mandaron a casa, a esperar el velatorio; y el desconcierto del sábado 13, en que, como en una pesadilla, tuvimos que velarte y pedir tu incineración. Tres días terribles que dieron paso a otros muchos meses, y años, de duelo y tristeza.
No quiero dejarme afectar por ello, sin embargo. Prefiero fijarme en la belleza primaveral que nos rodea y que anuncia siempre un renacer esperanzado.
Este año, tu pruno ha tenido una floración tan abundante, que los pétalos (que va perdiendo ahora) cubren todo el suelo de la entrada. Parecen nieve rosa, que el viento mueve, esparce y desordena. Sobrepasan los límites de nuestro pobre hogar, se extienden calle abajo o tapizan de colores las lunas del coche que aparcamos siempre a su sombra.
La pequeña camelia blanca luce una primera flor bellísima, y está anunciando unas pocas más. Y la roja, grandiflora, hipercargada de las suyas, pronto será un clamoroso reclamo carmín y verde.
Elijo quedarme con este derroche de hermosura. Con la esperanza de volvernos a encontrar. Con aquella energía, optimista y juvenil, que siempre te ha definido.
Miles de abrazos de oso. Te esperamos en casa. Te queremos.